Quizá debamos apelar a San Cipriano. Tanto da si es el de Cartago, que da nombre a numerosos lugares de aquí a Galicia, como si ... es el de Antioquía. Ambos fueron magos, como nos recordaba Luciano González Egido en las últimas páginas de su imprescindible libro “La Cueva de Salamanca”, porque la Cueva es, más allá del mito, la cripta de una iglesia dedicada al santo de la magia. Y magia es lo que necesitamos para salir de esta. Magia que no tenemos a pesar de los salmantinos que la practican, como Nacho Casal, Oski, Juan Colás, Tony Rivero... o Miguel de Lucas. La magia que realmente funciona se practica hoy en los centros sanitarios. Hoy es San Cipriano y hace unos días el alcalde, Carlos García Carbayo, presentaba las reformas del entorno de la Cueva de Salamanca. Curioso porque la cueva/cripta se encuentra en la Cuesta de Carvajal; un carbajal es un bosque de robles, o sea de carbayos, que los llaman por el norte, y es el segundo apellido del alcalde; pero esto son cosas mías. Al lío, que siendo hoy San Cipriano igual sería bueno acudir a la caverna del diablo a ver si se nos ocurre algo, como meternos en una tinaja y que al salir de ella todo haya pasado, por ejemplo. Y habiendo sido aula de adivinación y estando de cabeza presente Torres Villarroel, que también vaticinó lo suyo, igual se nos descubre cuando aparece la ansiada vacuna. Ruiz de Alarcón dejó escrito que lo que escribió de la Cueva lo hizo “conforme a las tradiciones más comunes y más ciertas”, y quién soy yo para ponerle peros. Ya digo, quizá debamos tener más presente en nuestras oraciones a San Cipriano, como tengo en las mías a Cipri “Santa Bárbara” cuando repaso viejas canciones, de las que vive rodeado en La Fuente de San Esteban, a modo de moderno eremita, más volcado en la audición que en la contemplación. Hace tiempo que no sé de Cipriano González, que fue alcalde de Béjar, un pionero en rescatar del desierto unos meses a niños saharauis. Desde aquí le encargo a Cipriano Valle, que mire entre sus plantas de la Facultad de Farmacia a ver si da con algún remedio, que quizás esté, también, en la carne de las vacas de Cipriano Hernández. Esto no lo hubiese imaginado el bueno de Cipriano Recio, editor de “El Espolón”, de Alba de Tormes, durante 25 años, y ya me está haciendo Cipriano Carabias en su historia de Navales una ampliación para lo que está ocurriendo.
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Puede que la Cueva de Salamanca nos revele algún día la salida de este episodio dramático que vivimos con zozobra, porque la entrada al infierno de Dante o Pedro Botero sabemos que está en ella, y basta poner la mano en los muros y sentir el calor para comprobarlo, nos contábamos de chicos, cuando andaba por allí abducido por las ruinas de la Casa Lis, Aníbal Núñez. Interesante que al lado de este lugar con hechuras paganas se levantara la Catedral, aunque era la costumbre: que había un recinto de culto pagano allá que le iba una iglesia, y si era de un santo con antecedentes raros, mejor. Es el caso, según se dice, sin llegar a las exageraciones de Botelho de Moraes, para quien todo lo que somos se debe a las cuevas salmantinas.
En fin, de encomendarse a San Cipriano saben mucho los bodegueros -magos, sin duda- y aficionados al vino que tienen presente que “lluvia por San Cipriano, quita el mosto y hace el vino claro”, aunque también se aplica al grano, y también “Por San Cipriano, vino en la mano”. Ya sabe que estamos de vendimia. Además, desde hoy, en virtud del santo del día, los días son más cortos. Pues eso, a ver si se nos pasa pronto.
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