Al hilo de mi columna del pasado jueves (La terraza de Cañadío), y con la Navidad en puertas -sinónimo de tantas cosas, pero sobre todo ... sinónimo de vida-, quisiera volver una vez más sobre uno de los temas que más me preocupan desde hace décadas: la necesidad de hacer ciudad, de hacer una Salamanca más vital, más abierta, más moderna, más cómoda... y sí, más rica, pues Salamanca al tiempo que se empequeñece, se empobrece a pasos agigantados, y no hace falta ser un experto en macroeconomía para sentir tan brutal debilitamiento.

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La productividad industrial es la que es, y nunca va a mejorar a estas alturas de globalización, y la comercial, que sí podría tener su desarrollo en ciudades y provincias como la de Salamanca, está sin embargo estrangulada por el escaso interés y creatividad de los empresarios -unido a la escandalosa falta de apoyos y ayudas públicas- y por una absoluta falta de visión de futuro de nuestros políticos, de nuestras instituciones. Y es que se gobierna para ayer a todos los niveles, nacional, autonómico o municipal... Los políticos, como tanta gente en sus vidas privadas, sólo buscan “ir tirando” en el día a día.

Y de ahí, por ejemplo, nuestras carencias de progreso y bienestar o la caótica situación actual de Cataluña, pues ese egoísmo político y social muy bien puede basarse en el refrán “de aquellos polvos vienen estos lodos”. O dicho más sucintamente, el pasado nos atrapó.

Ciñéndonos a Salamanca y al corazón de su vida económica y social, su centro histórico -el lujazo de su centro histórico-, duele y mucho verlo languidecer sin un modelo llamémosle de “vida en la ciudad”.

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Permanecen los tesoros de sus piedras, pero el resto -la vida- es laminado por la vulgaridad y el amorfismo e incluso se restauran, se descubren nuevos espacios con inversiones espectaculares, pero sin saber muy bien qué hacer con ellos, en ellos, y sirva como muestra el DA2, un museo “olvidado”, apartado para el gran público e imagino que poco dotado en su presupuesto y organización.

Salamanca necesita darle contenido a su historia, a su arte, a su naturaleza, a su gastronomía, a sus caballos, a sus impresionantes edificios seculares... No digamos a su Universidad, carcomida por la inercia.

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Salamanca necesita lo que tantas veces he escrito: volverla a poner sobre los raíles, ya que fue una ciudad universal, no caigamos en la ola de horror que supone el desconocimiento de nuestra propia Historia, ola que como vemos está anegando España y las mentes de sus nuevas generaciones, no digamos las nacionalistas... Salamanca necesita vida, impulso, movimiento, cultura y a su gente.

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