Escribo en el día internacional del cáncer de mama. Un día que lo tiñe todo de color rosa solidaridad. “Rosa -me dijo un día, con ... cierta amargura, una afectada-. No es precisamente el color del que se ven las cosas cuando el cáncer irrumpe en tu vida y lo trastoca todo. Incluida la regla. Por eso, cada vez que veo esas compresas que ya no necesitas porque los tratamientos te la han hecho desaparecer, me pongo del revés”. Es una queja. Podrían ser otras. Las mujeres que padecen cáncer de mama han de poder quejarse. No solo se trata de poner buena cara al mal tiempo. También de atreverse a chillar y a patalear hasta a acostumbrarse a que, el mejor de los cánceres de mama, el menos agresivo, el de mejor pronóstico, el más curable, le da la vuelta a la vida de la paciente y a la de toda su familia. Estadios del cáncer, nombres raros que lo acompañan -ductal in situ, invasivo, tubular, medular, mucinoso, papilar, cribiforme, lobular inflamatorio, metastásico-, tratamientos extremos -radioterapia, quimioterapia-, pastillas preventivas a tomar durante cinco o diez años, con multitud de efectos secundarios -menopausia, osteoporosis etc.- y la posibilidad de una mutilación mayor o menor (aunque siempre cabe la reconstrucción). Eso es lo que significa un cáncer de mama. Por suerte, ya con mucha menor probabilidad, la muerte. Aunque es cierto que hay mujeres que padecen un cáncer de mama, lo superan y luego recaen. Quizás al final de su vida. Pero es que, como un día dijo uno de nuestros máximos sabios respecto al cáncer, el bioquímico Mariano Barbacid “si viviéramos 120 años es muy probable que todos acabáramos padeciendo un cáncer”. O volviendo a padecerlo.

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Todos estos datos sobrecogedores, sin embargo, están dentro del ámbito de un panorama muy esperanzador. Hasta hace pocos años, menos de los que nos pensamos, el cáncer -incluido el de mama- mataba a cuchillo veloz a buena parte de sus víctimas. Hoy son muchas más las que los superan que las que no. Y todo influye: el diagnóstico precoz, el buen tratamiento, la actitud y hasta la alimentación. Aunque antes de todo eso va la genética. Por eso es tan preciso convenir, como un día me contó María Blasco, directora del CNIO, que si te toca el cáncer te ha tocado y que no es el resultado de nada. Vamos, que nadie es culpable por tener un cáncer. Contado todo esto tras el día más rosa del calendario (“rosa tenía que ser”), hay que hacer un llamamiento a la necesidad de saber que al cáncer no se le puede ganar la partida -ni siquiera al de mama- sin estar muy atento a él. Sin seguirle los pasos y sin bajar la guardia. Por eso, en este día internacional contra el cáncer de mama, donde todo está invadido por el Covid conviene precisar que el coronavirus mata, pero el cáncer sigue matando. Por eso no podemos dejar de controlarlo, ni siquiera en tiempos de confinamiento.

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