Algunos de los especímenes que pululan por el Gobierno social-comunista no llegan a la categoría de ratas. No tienen su fortaleza y capacidad de ... asustar. Son vulgares roedores. Topillos que con sus dientes afilados van erosionando la democracia. Eso sí, con cobardía. Entrando por la puerta de atrás y practicando el donde dije digo, digo Diego. Uno de los mayores ejemplos lo tenemos en el vicepresidente segundo del Gobierno. Pablo Iglesias, alias ‘moñetas’, debe marcharse o ser destituido. No está legitimado para seguir ni un minuto más en el Consejo de Ministros y mucho más si aplicamos la vara de pulcritud que él defendió cuando irrumpió en política. El problema es que ahora no se larga ni con agua hirviendo. Las cloacas del Estado de las que tanto habló resultaron ser las suyas propias. El conocido como ‘caso Dina’ desprende un hedor nauseabundo. Simplemente hay que repasar las claves en las que se basa el auto del juez García Castellón para pedir su imputación al Supremo. Es demoledor.
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Algunos creen que el mayor delito que puede cometer un político es el de robar o malversar. Obviamente la corrupción es uno de los tumores malignos de cualquier sistema, pero no es el único. La mentira, el engaño, la manipulación, el diseñar una farsa para desacreditar a otros y sacar rédito electoral, es tanto o más grave. Que Iglesias no nos engañe quitando importancia a sus actos. Unos actos que ni tan siquiera reconoce, por cierto. Lo que relata el juez instructor es de una gravedad inusitada. El líder podemita no se limitó a retener en su poder la tarjeta telefónica de la que fuera su amante y colaboradora. La dañó para eliminar su contenido y además fabricó un relato ficticio en el que, por un lado, acusó a un medio de comunicación de su supuesto robo y, por otro, se presentó como víctima de una campaña sucia donde Villarejo estaba por medio. Nada era real. Las filtraciones de la tarjeta vinieron desde la propia Dina e Iglesias lo sabía. Por ello cuando Antonio Asensio se la entregó, el ahora vicepresidente la inutilizó. Nunca sabremos la totalidad de su contenido, pero probablemente hubiera acabado con la carrera política del otrora ‘coletas’. Es más, el auto incluye el agravante de género ya que, en un alarde de machismo rancio, el ‘roedor’ comunista aseguró que guardó la dichosa tarjeta “para proteger a Dina”. Las leyes que protegen a la mujer y que tanto ha defendido su partido, se pueden convertir ahora en su tumba, ya que esta agravante podría mandar a Iglesias a la cárcel.
Este escándalo también nos ha dejado algo insólito en la política española. Siempre hemos visto que cuando un cargo público estaba bajo sospecha o acusado de corrupción trataba de defenderse con los típicos “yo no he sido” o “yo no sabía nada”. Sin embargo, Iglesias ha ido más allá en un claro desprecio a la separación de poderes. Ha arremetido con una dureza desconocida contra un juez que, a lo largo de su carrera, ha demostrado sobradamente su imparcialidad y profesionalidad. Estamos ante un hecho gravísimo que deja bien a las claras los profundos principios antidemocráticos de este engendro. Es un peligro público. Un guerrillero salido de la selva que pone la pistola en la mesa al grito de “la ley soy yo”.
Antes de que lo haga la Justicia, el encargado de eliminar a semejante excremento de la vida pública es Pedro Sánchez. Pero su actitud ha sido una vez más impresentable. Cierto es que mañana su opinión puede dar un giro de 180 grados. Nos tiene acostumbrados a ello. Pero la defensa de su socio es vomitiva. No se da cuenta de que con sus palabras legitima los ataques de Iglesias al Poder Judicial. Si Sánchez no dice nada al respecto, tampoco lo hacen sus acólitos, y eso provoca más indignación. Fernando Pablos, líder de los socialistas salmantinos, otrora ‘susanista’ y actual ‘sanchista’ no ha dicho ni pío. Y eso que muchos de sus compañeros de partido en esta provincia odian a Iglesias con todas sus fuerzas y les indigna lo que está ocurriendo. Pero en el actual PSOE se lleva mucho lo del silencio cómplice y el mirar para otro lado. ¿Hasta cuándo aguantarán?
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