La cuestión no dejaba de ser azarosa, venía marcada por tu apellido, pero relevante. Caer en una clase era una cuestión vital durante unos cuantos ... años. Yo fui al “A” y eso se grababa a fuego más que la letra escarlata. Cuando pienso en rivalidades absurdas recuerdo aquellos años. Los partidos en las fiestas contra los del “B”, siempre con alguna patada de más.

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Las gracietas de algún profesor, “qué rápido lo habéis entendido, el otro día con los del “B” me tiré toda la mañana”. Y el recelo inevitable, oye, tú eres amigo de ese del “B”... Esa división imperaba en el caos rugiente del patio, donde bajo la aparente anarquía los grupitos se movían cerrados en sí mismos por una barrera invisible.

Menos mal que enseguida los prejuicios saltaban por los aires a golpe de convivencias y caminos compartidos a medida que íbamos creciendo.

Luego la vida te va enfrentando a cantos de sirena de otras rivalidades de trazo grueso. Tu equipo siempre pierde injustamente mientras tu rival cuenta con la ayuda segura de los árbitros. Pues vaya birria de catedral. Eso ni es río ni es nada. Combustible para hogueras de barra de bar.

Estos días se ha desatado la habitual algarabía tuitera en torno al Día de Castilla y León, terreno abonado –este año más que nunca– para que aparezcan de la peor forma todos los tópicos que han dificultado la armonía de esta comunidad desde sus inicios. Entre el desprecio leonés al asunto comunero (a pesar de la huella de la revuelta en Salamanca y Zamora) y los peores modos centralistas que confunden comunidad con Valladolid, hay barbaridades para todos los gustos.

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Echarle la culpa al otro siempre es una tentación recurrente. Aunque cierto es que hay acusaciones de olvido institucional que tienen su sólido fundamento. Salamanca estaba llamada a ser la “capital cultural” de una comunidad sin capital. Pero esa etérea consideración realmente acabó por no sustanciarse en gran cosa. Ni palacio de congresos regional ni ninguna gran sede (estatal tampoco, por supuesto).

Y hay cosas a las que, por más que pasen los años, uno es incapaz de acostumbrarse. En 2007, se reformó el Estatuto de Autonomía y a nadie le pareció buena idea cambiar el desafortunado preámbulo: “Valladolid y Salamanca rivalizan en el honor de ser la (universidad) más antigua. La primera, pues se considera heredera del Estudio General que Alfonso VIII de Castilla creó en Palencia en 1208. La segunda, porque su fundación se remonta a 1218, por obra de Alfonso IX de León”.

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Maravilloso. Salamanca con su edificio de la avenida de Portugal rivaliza con la Torre de Cristal de Madrid por ser el rascacielos más alto de España. Ya de echarla, que sea gorda. Un símbolo, empero, de que en vez de buscar un crecimiento equilibrado para todos aquí cada uno tira por donde puede. Y yo de rivalidades idiotas me quité en preescolar.

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