Perdonen que no hable ni de la muerte ni de los fastos post mortem de la reina Isabel II, pero es que el asunto me ... tiene superada. Reconozco que el rito de los británicos es insuperable y que la reina más longeva ha debido partirse de risa en el más allá viendo acudir a todos los dirigentes internacionales a su funeral, cuando ella jamás iba a ninguno de nadie... ¿Ven? Ya he caído en la trampa y he hablado de lo que no quería ni mencionar.
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Pero voy con otra cosa que es posible que nos afecte más. Cuando hace no tantos años se quebró la miseria bipartidista de este país, muchos pensamos (entre ellos yo) que el hecho de que otras fuerzas políticas irrumpieran en escena podría contribuir a que se le diera un golpe de mano a la vergonzosa corrupción que acompañaba a los partidos que habían estado repartiéndose el poder desde la llegada de la democracia.
Sin embargo, según han ido pasando los años, en vez de ver como se elevaba el nivel en la política, hemos ido comprobando que sucede todo lo contrario. Aquella fuerza tan esperanzadora, nacida del 15 M, de la que tantos pensábamos que podría depurar nuestras instituciones, nos demostró que, pese a declararse feminista, era netamente machista, que también mostraba signos de corrupción, que fallaba en el verdadero compromiso y que sus representantes se acomodaban tanto o más que el resto, mientras seguían defendiendo ideas populistas.
La otra, la que emergió del nacionalismo catalán con vocación de modernizar el panorama político y de servir de fuerza de concordia acabó por diluirse entre los intereses espurios de muchos de sus miembros, que se pretendían inmaculados pero que no dudaban en trasladarse desde su partido al de al lado a la velocidad del rayo.
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Finalmente, la más denostada de todas las siglas políticas que aparecen en las encuestas, la que se jactaba de su núcleo duro y sus valores tradicionales, anda emulando a la del otro extremo, con esa suerte de rencillas internas que acaban saltando a la luz por más que se intenten disimular, cuando los dirigentes abandonan el barco.
Y no lo celebro en absoluto. Porque más allá de que esté más o menos conforme o no con unos u otros aspectos de esos partidos ahora desinflados, me parecen necesarios para el equilibrio político. No quiero que acaben desvanecidos por completo y que los dos partidos de siempre pretendan repartírselo todo como si fuera de su propiedad.
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Es más, no quiero que sean los partidos nacionalistas, los que pretenden no ser, pero quieren estar, de los que dependan las decisiones de A o B. Pero parece que, de nuevo, hacia eso caminamos...
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