Se ciernen nubarrones que acechan la libertad conquistada con sangre, sudor y lágrimas, por una gran parte de una humanidad que huía de la esclavitud. ... La pandemia ha puesto bozales y los acontecimientos en otras partes del mundo, harán que los ojos de muchas mujeres se escondan del miedo tras unas rejas de hilo. Recuerden “cuando las barbas de tu vecino veas pelar... pon las tuyas a remojar”. El miedo que se asienta entre nosotros desde el atentado de las Torres Gemelas, con la pandemia se ha intensificado de manera exponencial. ¿Qué está pasando para que miremos donde miremos, todo parezca un puro disparate cambiando a velocidad de vértigo? Nada parece fluir hacia mejor y lo que intuimos que emerge, es tan obscuro que sólo pensar en su extensión, hace que se nos encoja el alma y el estómago. El miedo se nos ha instalado a la puerta de cada uno y como una araña, que no acertemos a ver, teje sus hilos constantemente y sin descanso en nuestro derredor.
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Este ojo que observa, lo hace desde la libertad de un mundo que aún palpita, aunque comienza a dar signos de una muy preocupante debilidad. Asistimos a lo inesperado, a lo nunca pensado, lo imposible parece posible y ante el estupor, no somos capaces de reaccionar. Primero se nos inoculó el miedo a los atentados, luego a la enfermedad; ya se nos está inoculando el miedo a la escasez y luego será el miedo a depender económicamente de aquellos poderosos que, entre todos, hemos engordado y que al final nos devorarán, imponiéndonos sus reglas y esclavizándonos de nuevo. Nosotros los que habitamos la Península Ibérica, llevamos a nuestras espaldas una mochila repleta de experiencias acaecidas a lo largo de una Historia forjada a fuego, yunque y martillo. Habitantes de una tierra repleta de caminos de ida y vuelta, deberíamos saber mejor que nadie de cambios, invasiones y transformaciones todas. Pero si lo fácil es conocer de dónde venimos y esto importa poco, qué decirles del interés por saber a dónde vamos.
Los que ya tenemos una edad, vemos en el presente una inconsistencia enorme en todos los órdenes. Lo efímero, la falta de compromisos “actio ad futurum”, unido a que las ideologías parecen haber muerto y los referentes forjados desde la Ilustración hasta hoy se desmoronan, afianzan la concepción de que todo cuanto toca el ser humano para pasar del mundo de las ideas a la realidad, lo tergiversa, convirtiéndonos en el cáncer y en el depredador más absoluto del planeta. Las religiones en Occidente se estudian como parte del pasado, sin considerarse un elemento común de unión de un pueblo. Somos demasiado individualistas, mientras que en otras partes del mundo, aún las consideran el elemento de unión y fuerza por antonomasia. La unión hace fuerza y desgraciadamente los bárbaros... siempre ganan.
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