RECURRO a la sabiduría popular del refranero español para intentar resumirles lo que ha sido este annus horribilis el día en que precisamente se cumple un año desde que Pedro Sánchez y Alfonso Fernández Mañueco -más vale tarde que nunca- se dieron cuenta ... de la gravedad del asunto del coronavirus, es decir, al día siguiente del 8M.

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Ninguno de los dos debió pensar que cuando el río suena agua lleva al ver cómo a primeros de marzo del año pasado en Italia el virus estaba causando estragos. El que avisa no es traidor, les dijeron desde el país transalpino. Ni se les pasó por la cabeza que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. Prefirieron fiarse de un tal Fernando Simón, el de “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado” o “no es necesario que la población use mascarillas” o que la cepa británica “en caso de tener algún impacto, será marginal en España” o... Alguien me dirá: hombre, el que tiene boca se equivoca o el mejor maestro echa un borrón. Ya, pero ¿tantos?

A grandes males, grandes remedios. Con esta máxima el presidente del Gobierno nos metió un 15 de marzo en un duro confinamiento de 99 días. No nos mostraron la interminable fila de féretros que estaba ocasionando la pandemia por aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente. Prefirieron anestesiarnos. Desempolvamos nuestros chándals –ande yo caliente, ríase la gente-, nos volvimos locos con la harina en la cocina de casa –dame pan y llámame tonto- y salimos a aplaudir la labor de los sanitarios desde el balcón –al mal tiempo, buena cara-. Pedro Sánchez se metió en nuestros hogares a través del televisor con interminables discursos que rompían el dicho de a buen entendedor, pocas palabras bastan. Recordó a Miguel de Cervantes en el Quijote: cuesta poco prometer lo que jamás piensan ni pueden cumplir. Los hospitales y, sobre todo, sus profesionales pasaron meses de angustia, sin protección, sin medios, sin descanso evidenciando la realidad de un sistema sanitario olvidado. Y es que a perro flaco todo son pulgas.

Sin todavía tener controlado al virus, Pedro Sánchez empezó a cansarse. Que cada palo aguante su vela, pensó. Y cedió la desescalada a las comunidades autónomas en una especie de carrera para ver quién llegaba antes a la mal denominada “nueva normalidad”. Algunas de ellas, como el País Vasco o Cataluña, aunque presentaban peores incidencias que otras, avanzaban más rápidamente y a su bola. Pero no es oro todo lo que reluce y acabarían pagándolo. El caso es que llegó el verano y el pensamiento común fue ancha es Castilla.

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Las “no fiestas” de los pueblos de agosto y la llegada de los universitarios a las ciudades abonaron el camino hacia la segunda ola. Y, como cada maestrillo tiene su librillo, con el objetivo de frenarla, comenzaron a surgir medidas restrictivas en todas y cada una de las comunidades autónomas en un galimatías de imposible comprensión. Cinco no son montón, pero siete sí lo son, a las diez en la cama estés y mejor antes que después... Algunas de ellas parecerían sacadas de los aforismos populares. La cuestión es que, aunque a todos nos dolía y nos sigue doliendo vivir en un sinvivir, hay sectores como la hostelería o el turismo a los que estas restricciones han hundido. Siempre pagan justos por pecadores. Desde las instituciones les han prometido ayudas, pero no se fían. Prefieren las cuentas claras y el chocolate espeso.

Y llegó la Navidad. Y, como no hay dos sin tres y cántaro que mucho va a la fuente alguna vez se rompe, volvimos a equivocarnos y hemos sufrido una durísima tercera ola, que ha dejado otro reguero de fallecidos que no termina. En estos momentos, ya solo pensamos en la vacunación como única salida a esta crisis. La anunció el presidente del Gobierno a bombo y platillo en diciembre. Vendió la piel del oso antes de cazarlo y ahora nos encontramos con que no llegan dosis suficientes.

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Y así estamos, en una especie de mal de muchos, consuelo de tontos. Pero tranquilos. La esperanza es lo último que se pierde. Y además, no hay mal que cien años dure. A pesar del Gobierno.

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