El frío no ha llegado y la lluvia anunciada respetó la Nochevieja universitaria. Eran pasadas las 7 de la tarde del jueves y ya olía ... a juventud en los aledaños de la Plaza Mayor. Salamanca bullía: almuerzos, Foro GACETA de la Empresa Familiar en el Casino, Medallas de Oro en el Teatro Liceo, cenas...

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Y mientras el mundo entraba a la Plaza Mayor yo caminaba hacia la de España. Este ojo que observa pensaba en el devenir del tiempo, en la Navidad y en cómo esta época nos sumerge en los recuerdos, esos que nos conforman, sobre todo cuando la edad empieza a ser imperativo. Había estado en el homenaje a nuestra Pauli en el Río de la Plata, pues la Academia de Gastronomía de Salamanca la nombraba “Académica de Honor” por toda una trayectoria impecable dedicada a la cocina tradicional. Mientras ella está en ese punto de salida recogiendo homenajes por méritos, sus sobrinos, Rafael y Jose, luchan por entrar en la andadura de la gastronomía con nombre propio. La empresa familiar debatía eso, el futuro, la supervivencia de los negocios donde las familias preparan la sustitución, para evitar diluirse, como terrones de azúcar, en el mar de la competitividad o la división y asegurar la salida de unos y la entrada de otros sin fracturas. Las Medallas de Oro de la Ciudad reconocían la labor ingente de las instituciones premiadas y todos insistían en la supervivencia por encima de los que en un momento están y que con el suceder del tiempo dejarán paso a otros.

La gente joven camina a la entrada, mientras otros lo hacemos hacia la salida. Y recordé mi Navidad entrando a la maravillosa Plaza, de la mano de mis padres, cuando todo era futuro y nuevo; los escaparates con los nacimientos de mi niñez; aquel frío infinito abrigado con bufanda, manoplas y gorros tejidos a mano, pero que abrigaban tanto; los recorridos por las arcadas de la Plaza para ver los adornos de las tiendas donde se compraba de todo y que hoy han desaparecido para dar paso al ocio y a la restauración; recorrer las turroneras que tanto admiraba y admiro, por como combaten el frío en esos puestos... Por un momento tuve la sensación de precipicio, de que la Navidad como la vida se me escapaba, esa sensación de que ya no somos porque los tiempos nos sustituyen y pensé en el Big Data, la Inteligencia Artificial, en la fusión nuclear por láser y en los últimos logros hacia la energía inagotable, en el avance de las nuevas tecnologías, los nuevos lenguajes... en definitiva en la “esperanza de la transformación”. Tranquilicé el espíritu al comprender que no hay salidas ni entradas, solo tiempos que hemos de vivirlos conforme nos tocan.

La nostalgia me lleva a Tagore: “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. Y la Navidad es tiempo de estrellas.

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