Dijo Benedetti que “nadie nos advirtió que extrañar es el costo que tienen los buenos momentos”. Por eso, ahora que ya tocamos la Mariseca con los dedos y empieza a oler a ferias, me va a permitir un ejercicio de “morriña”, esa palabra gallega que ... define el sentimiento universal que hemos sufrido, alguna vez, todos los que estamos en la distancia. Le voy a proponer que demos un paseo juntos por mis recuerdos. Quizá despierte también los suyos y de paso haremos un ejercicio saludable, ahora que está tan de moda caminar.
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Déjeme recordar los “coches chocones” de la Aldehuela, los gigantes y cabezudos de la calle Toro, los conciertos de la Plaza Mayor o los fuegos del río. Déjeme remitirme a aquellas fiestas de barquillos, de algodón dulce y de pesetas. Pero también le digo, que al menos en mi caso, si le pregunto a la memoria por aquellos septiembres me responde sobre todo con los toros. Imposible no vivirlos con pasión en la provincia más ganadera de España. Difícil no seguirlos en una ciudad que entonces tenía más de ocho mil abonados y que comenzaba a saborear las ferias en la cola de las taquillas de Íscar Peyra.
Por eso, en esta época del año la mente me lleva siempre a La Glorieta. A la plaza en la que, en los 80, aprendí las diferencias entre los “Atanasios”, los “Santa Colomas”, “los rabosos” o los “patas blancas”. Entonces había dos Salamancas. Una de Julio Robles y otra del “Niño de la Capea”, yo recorrí las dos. También viví allí la épica del toro “Albahaca” de Espartaco, los quites de Ortega Cano, los muletazos de Manzanares, las almohadillas contra Rafael de Paula y Curro Romero o las banderillas de “El Soro” y de “Morenito de Maracay”.
Así fueron mis primeras ferias. Después vinieron otras. Más apasionantes porque nunca imaginé que esa afición acabaría formando parte de mi profesión. Y casi sin darme cuenta, acabé a principios de los 90, radiando los toros con el maestro Santiago Juanes en Antena 3 Radio. Después vino la SER y el salto de la mano del gran Leopoldo Sánchez Gil. Con él, con Santiago y con el irrepetible David Montero, contamos los triunfos de Joselito, Enrique Ponce, César Rincón, Paco Ojeda o Jesulín de Ubrique. Los días empezaban en el apartado, seguían en la plaza y continuaban en los coloquios de la Caja, siempre hasta la bandera gracias a la organización de Rafa Sierra. Después nos íbamos a LA GACETA para acabar en las interminables madrugadas del Pirri, con las anécdotas “juancalianas” de Juan Carlos Martín Aparicio.
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Y así podría seguir hasta escribir muchos folios. Así fueron las ferias de ayer que hoy todavía añoro. Ya me perdonará usted este ejercicio de nostalgia. Es “el costo de los buenos momentos”, permítame que hoy que se lo recuerde.
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