Este martes, día de la Inmaculada, Margaret Keenan ha sido la primera persona en vacunarse contra el coronavirus. Es británica y la semana que viene ... cumplirá 91 años. La segunda dosis la recibirá dentro de 21 días. “Me siento una privilegiada por ser la primera persona vacunada contra la COVID-19”.
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Porque, aunque no lo queráis creer, queridos antivacunas, ningún otro avance de la medicina ha salvado tantas vidas. Ya sé que cuando los datos no se ajustan a vuestra realidad tratáis de convenceros desacreditando la fuente, o el método, o el origen que ha dado pie al estudio. Pero lo cierto es que las vacunas evitan de dos a tres millones de muertes al año y que, además, previenen innumerables anomalías congénitas y discapacidades permanentes. En el caso de la pandemia del coronavirus baste deciros que en España andábamos ayer por los 46.646 muertos oficiales, entre los que está mi padre. Aunque me temo que ya hemos sobrepasado los 60.000. En total son –por ahora- más de un millón y medio de muertos en todo el planeta.
Queridos vacunofóbicos, ninguna medida de prevención es tan importante como las vacunas. Ni el lavado de manos, ni los antibióticos, ni los antisépticos son más efectivos para evitar enfermedades infecciosas. La comunidad científica es unánime.
Y no, amigos y amigas, lo natural no es siempre sinónimo de bueno. La ricina, el arsénico, el cianuro o la estricnina se encuentran en la naturaleza y son mortales. Pero es que tampoco lo artificial se puede identificar siempre con lo malo. El uso y el consumo de cualquier producto –sea natural o artificial- es lo que determina lo saludable o perjudicial que es para nuestra salud. Y ahí los que se dedican a estudiarlos y experimentar con ellos son los únicos a los que debemos escuchar. Se llaman científicos y no tienen nada que ver con los charlatanes -con o sin título de doctor y bata blanca- que os venden de estraperlo su mercancía.
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Queridos antivacunas, no convirtáis en certezas inamovibles los trozos de verdad que se acomodan a vuestro particular modo de ver la vida. De verdad, no existe ninguna confabulación a escala planetaria en la que todos los médicos tienen como única misión satisfacer los intereses de la industria farmacéutica. Que no, os lo digo con el mayor de los cariños. El mundo no está contra vosotros.
Si sois de los que creéis que la escarlatina ya está erradicada, que el sarampión no es tan malo o que se pinchan demasiadas inyecciones a lactantes sanos me gustaría que os hicieseis esta pregunta: ¿Por qué no existen los antivacunas en el centro de África? La respuesta es sencilla: Porque todos los días ven morir a sus niños por enfermedades erradicadas en el mundo rico.
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Antivacunas de mi vida, un saludo cariñoso de Margaret y mío. En cuanto me vacune, os abrazo. Cuento los días.
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