LA Junta está empezando a quedarse sin mensajes sutiles con los que animar a vacunarse a los llamados negacionistas. Hasta los centros de salud, a ... lo callcenter, están llamando indiscriminadamente a los que se resisten al pinchazo, aunque sin ofrecer un juego de cazuelas a cambio; ahí podría estar la clave. No son muchos los rezagados, sobre todo comparado con otras latitudes europeas donde vuelven a los confinamientos en casa, pero suficientes para poner en riesgo de nuevo el sistema.

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Son resistentes al machaconismo estadístico. Les da igual tener seis veces más probabilidad de acabar en la UCI por covid que los que sí están vacunados. Lo suyo es un convencimiento profundo alimentado con raciones copiosas de teorías conspiranoicas, muy bien tejidas en el universo Internet para captar adeptos, al estilo secta, sintiéndose parte de una minoría elegida. La Nueva Resistencia ante el sistema opresor que nos obliga a inocularnos líquidos pervesos que hacen que las cucharas se peguen a la piel.

Pero todos somos españoles y, negacionistas o no, nos pueden las costumbres. ADN cervecero de barra. Así que la Junta pensó en ponerse en plan portero de discoteca y exigir el pasaporte covid a la entrada de los bares, una idea que duró lo que tardaron en salir bufando los ya castigados hosteleros. A la Xunta de Galicia se le ha ocurrido que, si no te has vacunado, no vas de visita a los hospitales, y en esto, puede que Mañueco copie a su amigo Feijoo.

Por lo pronto, Francisco Igea ha recuperado su tradicional sermón semanal para avisar de que “no van a pagar justos por pecadores”. Otra forma de decir ¡Qué se vacunen, coño!, al estilo benemérito, con fusil al hombro y tricornio al viento, compartiendo ronda con su compañero Mañueco, pero sin el Citroën 2CV. Si José Luis Cuerda levantara la cabeza.

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No soy capaz de digerir ni uno solo de los argumentos de los antivacunas. Negar una evidencia empírica tan clara como que las vacunas están consiguiendo frenar la pandemia sólo puedo interpretarlo en clave de cabezonería, más allá, de ignorancia caprichosa y desmedida. Asumo que todos corremos un riesgo al poner el brazo, pero mucho más si lo retiramos. Ya que la ley, y bien está que siga así, defiende el derecho de cada individuo a decidir, habrá que aprovechar los márgenes legales para ‘convencer’ a los insumisos. Si no, les mandamos a la pareja más tricorniana de la Junta, capaz de aparcar sus cuitas políticas para pedirles “¡qué se vacunen, coño!”.

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