Sí, no nos andemos con repulgos y recatos. Que por pecar de salmantinos pacatos y habernos dado tan pésimamente a valer, nos ha ido como ... nos ha ido (de mal). A pesar de ser ocho siglos de Universidad, ciudad del Español con mayúsculas, de literatura universal, de ciencia galena, de juristas y prohombres del Derecho Internacional y de las Humanidades. A pesar de tener el paisaje adehesado en un mar de encinas, que para sí lo quisieran los vecinos de Europa o la América del dólar. Y, además, ganaderías, excelencias de ibérico, sierras, tradiciones, linajes y piedras Patrimonio de la Humanidad; científicos e investigadores con reconocimiento a nivel mundial, y un talento cultural valiosísimo (músicos, poetas, actores, escritores, intelectuales...) al que hay que mimar y amparar bajo el nombre de Salamanca, aquí, allá y acullá, cueste lo que cueste. Con orgullo, ambición y por derecho. Por su bien y por el de todos. Que Salamanca suene, sí, que suene como parece venir haciéndolo y que, de una vez por todas, nos sacudamos los complejos y el poco aprecio que nos tenemos a nosotros mismos, y empecemos a defendernos y pelear. Desde la ciudad y desde el campo, porque ya está bien de anunciarnos en el “tristeo” mísero del oeste. Ya está bien de callar ante los desplantes, olvidos y ninguneos a los que se han acostumbrado, igual da, Madrid o Valladolid. Ya está bien de que nos señalen con el sambenito de esa Memoria Histórica empeñada en atar a Salamanca a lo más caduco y maloliente del fascismo, como si Salamanca no fuera otra cosa que la incivil estampa de aquel Paraninfo del 36.

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Que Salamanca suene, sí, que suene a ciudad abierta al mundo para que el mundo venga a verla e invierta en sus capacidades; las que ya tiene y las que quedan por descubrir. Hay que quitarse el sombrero ante el esfuerzo institucional que se está haciendo, a pesar del caos económico y social que estamos viviendo y de los muchos palos que nos ponen en las ruedas. El Ayuntamiento, la Diputación y la Universidad han emprendido una maratón postcovid de iniciativas y actividades de todo tipo, y están que no paran. Se suceden las visitas regias y diplomáticas, y Salamanca hace ruido y suena a gente. Aun así, este desafío por salir de la poquedad y del anonimato, va a exigirnos muchísimos más esfuerzos y grandes broncas con los que quieren seguir dándonos la patada y las migajas. Puestos a que nos traten como perros, mejor ladrar y enseñar los dientes que salir con el rabo entre las piernas. Tal vez esto meta miedo a los que manejan las despensas públicas y por fin nos den la ración que merecemos.

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