Aquí, en el “cható”, refugio de verano, Raffaela Carrá es una imprescindible en la play list que sirve de banda sonora a las ... tareas en el jardín, desde el corte de césped al fumigado del seto. No tengo huerto ni aspiraciones de acceder a las ayudas de la PAC por muy ecológicas que pudieran ser mis lechugas. La Carrá era una imprescindible de las discotecas que estrenamos los baby boomers. Entre el sonido Filadelfia, el funk y las primeras aportaciones de la música disco coló su melena rubia, sus estribillos pegadizos, su acento italiano y un buen rollo que podía con todo. Los ochenta de la Movida, que también fue muy baby boomer, no pudieron con ella a pesar de la caña que recibía desde las trincheras progresistas. Menuda fiesta, fantástica fiesta, tendrá preparada allí donde haya ido, que si está lleno de santurrones me temo que se van a escandalizar con eso de que para hacer bien el amor hay que venir al sur. Depende, dirían mis amigos gallegos. Cuando mi entrega al “campo” me lo permite leo. Estoy abducido por ese “Viaje por la Raya”, que ha escrito José Ramón Alonso. No nuestro José Ramón Alonso, divulgador científico, sino un conocido extremeño. Al paisano José Ramón le tengo como asesor de asuntos científicos, que explica tan bien que hasta los entiendo. Esto es otra historia de 1.292 kilómetros de frontera que van desde Caminha a Ayamonte, citada en las coplas de Carlos Cano (“María, la Portuguesa”) y escrita por un colega extremeño con callos en las manos de escribir. Es un viaje cultural con su ferrocarril ibérico, tan de moda hoy; Almeida, que es como de casa y de la familia de las fortificaciones, hasta las Arribes del Duero con esa localidad-mercado que es Miranda do Douro. El que esté libre de haber ido a comprar toallas que tire la primera piedra. Todo esto, por la parte que nos interesa. Al final hay un epílogo con reflexiones muy interesantes sobre el concepto de frontera.
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Superada la raya del ocaso, el Patio Chico acoge la apertura de nuestro festival internacional de jazz, tras el cual está nuestro jazzman Fernando Viñals y esa cabellera que atemoriza al peluquero más aguerrido. Jazz con acordeón, que ya es un primer diálogo interesante, y jazz en el Patio Chico, en diálogo con esas piedras catedralicias y calles repletas de mitos. Doyagüe anda por ahí, pero también Rojas y su Celestina, y Cervantes con nuestra Cueva de Salamanca. Cuidado con todo ello. Severiano Grande -¡otra pérdida terrible!- habría hecho una de las suyas (escultura) mezclándolo todo. Una escultura poliédrica con personajes que asoman y se esconden, se intuyen o imaginan.
Horas antes -que fantástica, fantástica es la fiesta- se habrá inaugurado oficialmente el nuevo “Bartolo”, aula de extranjeros aprendices de español tras ser cajón de sastre y colegio universitario, diseñado por Genaro de No. Bajo su solar están las reliquias de la vieja iglesia de San Bartolomé de los Apóstoles, del Colegio del Salvador o de Oviedo, de la calle de San Pedro (así llamada por el cercano convento de San Agustín), del Colegio de la Magdalena, hecho en 1819, vecino del Colegio de Huérfanas, y el Palacio de los Flores Dávila. Tesoros de la Salamanca Desaparecida. Durante la excavación se vieron e intuyeron otras construcciones defensivas; en todo caso, las piezas extraídas han dado entretenimiento al Museo de Salamanca para un tiempo largo. Hoy, recuperamos una parte de nuestra historia y perdemos un golpe de melena, que era de todos.
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