En este periplo de reivindicar lo natural en el que me encuentro, cómo no dedicar esta columna a reflexionar juntos sobre la producción de aquello ... que es básico en nuestra alimentación. Hoy vamos a hablar de la diferencia abismal que existe en producir de una manera o de otra. Cualquier producto, de cualquier sector alimenticio, desgraciadamente no sale indemne si ponemos el ojo y observamos.
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Lo que nosotros ingerimos, para que nuestro organismo funcione a diario, es la causa directa e indirecta de muchas de nuestras enfermedades y en consecuencia resultará ser el origen de nuestra buena o mala salud. Es de sobra conocido por todos la famosa frase “somos lo que comemos” de Ludwig Feuerbach, filósofo y antropólogo alemán, que en su escrito “Enseñanza de la alimentación” de 1850, inauguraba por primera vez esta filosofía. La cuestión no es sólo qué comemos, sino de dónde procede lo que comemos. Este final de agosto nos deja con importantes noticias relacionadas con productos mal manipulados, que desgraciadamente han afectado a la salud de muchos consumidores. Cuando lo que comíamos procedía directamente de la tierra, con escasos o nulos pesticidas..., estarán de acuerdo conmigo, que ingeríamos muchos menos productos químicos y ¡qué decirles de las posteriores manipulaciones, tanto en tierra como en la industria, a las que asistimos bien sean genéticas o químicas!
Este ojo que observa, siempre ha defendido a ultranza nuestro ecosistema de “Dehesa Charra” vinculado desde tiempos inmemoriales a producir canales procedentes del extensivo, es decir, de dedicar una hectárea y media de terreno para que coma y viva una res. La calidad de la carne que se obtiene de los animales criados en extensivo, no tiene nada que ver con la procedente del intensivo. Todo cuanto comemos debería de ser producido así. Desgraciadamente estamos asistiendo a la proliferación de granjas de intensivo en nuestra dehesa y limítrofes, explotaciones con miles de animales encerrados sobre todo para el porcino donde, aun cumpliéndose todos los requisitos que exige la ley y siendo explotaciones perfectamente controladas por Sanidad, yo me pregunto ¿Creen ustedes que es lo más natural para hacer carnes con los mejores índices de calidad, incluidos los de estrés? y ¿qué me dicen de la incidencia de animales concentrados, con lo que implica de exceso de residuos biológicos no biodegradables para el equilibrio del ecosistema? Puedo asegurarles que desde mi formación en las asignaturas de Agraria, magníficamente impartidas por el Prof. Dr. D. Ángel Cabo, aprendí que la manera de producir incidirá directamente en la calidad del producto y que tener la suerte de disfrutar de un ecosistema basado en el extensivo, debería ser el objetivo más importante a mantener en el futuro. El precio no es el fin, el fin es la salud. Comer no es sólo masticar, engullir o tragar. Comer es poder disponer todos, de lo más saludable y de lo mejor producido.
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