Cuando el joven Steve McQueen se ganaba la vida limpiando el amianto del interior de los buques de guerra no tenía ni idea de que, ... treinta años más tarde, esas pequeñas fibras acabarían matándolo. No se podía saber. Tampoco podía saberse que el Omeprazol, —de AstraZeneca— con el que se trata el ardor de estómago desde 1979, propiciaría la aparición de demencia senil y Alzheimer; igualmente, tampoco se sabía que mitigar la tos infantil con heroína no era la mejor idea, o que ponernos ropa teñida con productos químicos cancerígenos haría que aumentasen los casos de melanoma. No se podía saber.
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El bagaje de la humanidad está lleno de indudables logros y de ignorancias mortales. Pensamos que el futuro nunca va a llegar. Pero llega. Y a nosotros, bichos de necesidades acuciantes, nos interesa el más inmediato ya.
Cuando escuché que algunas vacunas empezaban a dar problemas lo primero que me temí fue el hostigamiento de los medios con la propaganda de que estas son el maná caído del cielo. Para mí el problema no es que exista una ínfima posibilidad de que mañana le dejen a uno muñeco, sino que aún se desconocen los efectos que pueden tener estas novedosas, y poco experimentadas, vacunas a diez, veinte o treinta años vista.
No sé ustedes pero a mí no me hace ninguna gracia pensar que, quizás dentro de diez años, tenga que vivir pegado a una máquina de diálisis porque la vacuna me dejó los riñones como farinato quemado.
Si yo tuviera 65 años, o más, iría corriendo a que me pinchasen la vacuna. En ese caso, con los datos en la mano y dado el hándicap de la edad y el modus operandi del bicho, impera la necesidad del ahora y no lo que pueda ocurrir cuando tenga 90 o más años.
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Ojo que yo no pretendo, en ningún caso, convencer a la gente de que se vacune o no se vacune. Paso de influir en la vida de nadie igual que Muniain pasa de saludar a Sánchez.
Realmente, ¿podemos fiarnos de alguien? El sábado pasado los ejjjpertos consultados por Antena 3 recomendaban en el telediario acudir a vacunarse feliz y tranquilo, con una sonrisa en la boca, porque, si vamos deprimidos o ansiosos, la vacuna no hará el mismo efecto. Al verlo se me cayeron los glúteos al suelo. ¿Qué basura de medicamento nos están inoculando en el que la efectividad depende del estado de ánimo?
Nuestro Gobierno, el mismo que facilita el aborto a nuestras hijas y nos seda con ansiolíticos, no puede obligarnos a ser vacunados. Pero puede hacernos la vida de color comunista imponiéndonos una bonita cartillita al estilo mandarín en la que, si no nos hemos pinchado, no podremos viajar, trabajar o hacer el pino puente.
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Si superamos la barrera vacunal, y este país llega a tener inmunizada al 70% de la cabaña, sabremos si somos borregos cortoplacistas o esclavos indefinidos.
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