Sigo pensando si ese toreo a la verónica de Alfonso Fernández Mañueco en Salamaq, emulando al Juli, Manzanares, Morante, incluso, quería ... enviar un mensaje en una mañana inaugural en la que los mensajes iban y venían en muchos casos encriptados, con una nota al lado que recordaba que a buen entendedor pocas palabras le bastan. También las omisiones o silencios lo eran. A Planas, el ministro, me dijo un conocido, se le va a atragantar la Política Agraria Común (PAC) y lo mejor es que deje todo como está. La cita inaugural desplegó un abanico de corbatas como hacía meses que no veía en lo que, supongo, era otro mensaje de institucionalización del acto. Corbatas serias, oficiales, de despacho y retrato del Rey en la pared, que nada tienen que ver con unos escaparates que nos ofertan un otoño de estampados geométricos, sicodélicos, como aquellos empapelados de los años setenta que decoraban los primeros pubs de moda. Yo alucinaba mucho con aquello y con el vestuario de Eva Rock, grupo musical exponente salmantino de la psicodelia-rock y el glam charro, del que era alma, corazón y vida Paco Flores, al que perdí la pista convertido en predicador. Había colgado aquellos trajes que veías a kilómetros y tan diferentes a los ternos oficiales de Salamaq, que transmitían el mensaje de que estábamos en un tiempo prepandémico, algo que corregían al instante las mascarillas, con algo más de color y estampados, como las libélulas de María García. Otro toque de elegancia y anticipación al calor fueron los tocados de Encarnación Pérez, con aire borsalino, y Esther del Brío, con discreta y senatorial pamela. Al tiempo que la corriente oficial se desplazaba serpenteando por un desahogado recinto ferial y siguiendo al pastor, guía y diputado Ortiz, la corriente popular, con gentes del campo y curiosos buscaba distancia. Todo tenía algo de extraño, como cuando uno entra en terreno desconocido. Algunos me confesaron que costaba reconocer a la feria de antes. Sonidos y silencios, también eran distintos. Pero es que lo de antes quizá tarde en volver.

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Lo vimos en la inauguración de la Feria de Día. En el acto, el único con corbata era el alcalde, Carlos García Carbayo, que la traía de Salamaq. Los asistentes, sin corbata, estaban sentados en una terraza de la calle Zamora rodeados de esas flores fantásticas con las que nuestros jardineros hacen menos pétrea esta ciudad. Nunca se lo agradeceremos lo suficiente. Antes, la Feria de Día se inauguraba con el personal acodado a la barra, olor a plancha en el ambiente, que se mezclaba con variedad musical, y con todo tipo de parroquianos en mono o traje. Vivimos, en efecto, tiempos extraños. Como lo es la visión del Campo de San Francisco perimetralmente vallado para evitar botellones como los que ofrecen las pantallas. También el vallado tiene algo de psicodélico.

Salamaq, la feria, con lo que comenzó todo hace varios siglos no es sino el comienzo. Por delante vienen días con actividades festivas en los que tendremos que lidiar con las restricciones de nuestro dúo dinámico sanitario, la alegría de la huerta o de unos huertos urbanos obviados por las autoridades en Salamaq. Antes, la Feria servía de marco a aperturas y reinauguraciones, algo que suena a otro tiempo. En Ciudad Rodrigo han estrenado Sistema Solar gracias a un esfuerzo coral puesto en marcha por Nicolás Cahen, Javier Rodríguez, Jonathan Muñoz, Sandra Corvo, Teresa Cazás, Cristina Iglesias, Antonio Solórzano, Estefanía Mangas, Juanjo Rodríguez, María Isabel Hernández... Una compleja y psicodélica instalación que coloca a la ciudad más cerca de las estrellas, casi en el centro del universo. En el centro del universo salmantino, que es la Plaza Mayor, sin Mariseca ni pregón, hemos estrenado dos locales de comida y bebida, que recuerda a aquellas ferias de inauguraciones comerciales de otros tiempos. Hasta en esto, se nos hace extraña esta feria.

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