A lo largo de la Historia, las causas más variopintas, incluidas las más nobles, han servido para justificar los más grandes atropellos. Por eso Camus ... vino a decirnos que en política han de ser los medios los que justifiquen el fin, y no al revés. Solo en las mentalidades totalitarias el fin justifica todos los medios. Cualquier terrorista o cualquier gobernante déspota asume un planteamiento teleológico. Sus atrocidades no son cometidas por maldad, sino al contrario: enarbolan un fin tan supuestamente beatífico, que toda salvajada la encuentran justificable.
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En nuestra política contemporánea no escasean personajes sin escrúpulos que, a su nivel, en su escala, incurren en premisas equiparables: la justificación del todo en aras de su absoluto. Y tampoco dudan en infundir miedo (cuestión distinta a realizar un razonamiento cabal, con datos verificables, sobre realidades delicadas). Quienes manufacturan miedo tergiversador, en función de su particular milonga, también deberían saber que el fin no justifica los miedos.
A un lado y otro del espectro ideológico, hay gentes que pretenden rentabilizar ese miedo que propagan. Inoculan sus patógenos discursos desde instancias parlamentarias, o desde medios y redes sociales, y esas infecciosas algarabías van calando en la sociedad. Y como los fanatismos de signo contrario se retroalimentan entre sí, los respectivos miedos justificarán cualquier dislate. Es una espiral sin retorno: todo encuentra aval justificador, porque toda ignominia se topará con una ignominia previa del considerado enemigo. Son desbarres que infunden pavor, apoyándose en el pavor infundido por la banda del otro bando.
Podrían entresacarse múltiples ejemplos que ilustran cuanto intento apuntar. Pero me da hasta pereza arrancar septiembre presentando a impresentables; y hoy no quisiera dar voz a voceras que llenaron de vocerío instituciones (como Parlamentos y Prensa) que siguen siendo esenciales para la democracia. Me conformaré con recoger el testimonio de un legendario reportero, que supo hablar de odios, porque no hablaba de oídas. Supo advertirnos del envilecimiento, porque había estado suficientemente cerca de él, como para saber que sus derivas no son inocuas. Señaló Kapuscinski: “La guerra no empieza nunca con el primer tiro. La guerra empieza con el cambio de lenguaje. La Segunda Guerra Mundial no empezó con el ataque a Polonia. Empezó con el lenguaje. Lo mismo ocurrió en los Balcanes. (...) Es el lenguaje de la agresión y de la arrogancia. Lo vemos en los medios y lo vemos en los discursos políticos, en las discusiones públicas y privadas. Así se prepara el ambiente, se caldea la atmósfera para cuando empiecen los tiros”.
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La polarización ha ido forjando terroríficos delirios que, por fortuna, aún no están acabados. Son proyectos enpotencia: a miedo hacer. A miedo hacer todavía. A miedo hacer de momento. El día que estén ultimados, serán proyectos en acto, serán despliegues suicidas.
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