Durante décadas, o siglos si nos remontamos en Salamanca a la dorada época de la Celestina, a sus pupilas meretrices y sus rufianes alcahuetes, la ... prostitución ha constituido un negocio estable y saneado hasta los últimos estertores del Barrio Chino. Rentable y floreciente comercio para unos; sórdido y miserable para el estrato más débil y desprotegido de mujeres que siempre han sido marginadas y explotadas a lo largo de la historia. Y hombres. Y lo siguen siendo. Por algo el oficio más antiguo del mundo ha tenido vigencia miles de años, como demuestran restos arqueológicos y sesudos estudios al respecto. Ya en el tercer milenio antes de Cristo los sumerios dejaron constancia de templos que en realidad eran burdeles. El Génesis da cuenta de algún caso de prostitución palmaria. Y qué decir de la tan vilipendiada Babilonia, donde se nos revela que todos vicios y pecados tenían allí feliz acomodo.

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En la actualidad, los noticiarios recuerdan continuamente la existencia de la prostitución cuando ponen ante nuestros ojos las más truculentas noticias y los más abyectos sucesos relacionados con el tráfico de carne humana. Para hacerse una idea de ese sucio y ruin inframundo que existe a nuestro alrededor no hay más que leer la novela (con más visos de realidad que de ficción) de Lorenzo Silva y Noemí Trujillo Si esto es una mujer. El argumento se inspira en un hecho acontecido cerca de Madrid, pero podría haberse basado en otros muchos que suceden con frecuencia en ese turbio mundo de las mafias que negocian con la trata. La aparición del cadáver descuartizado o desfigurado de una prostituta en cualquier vertedero o descampado se presta a tejer una historia novelada, pero en el envés de la trama late un suceso que, en el mejor de los casos, transita fugazmente por los medios de comunicación y se eclipsa con inusitada rapidez. Al espectador no le gusta que le pasen cadáveres churruscados por la pantalla durante el almuerzo. En consecuencia, se suavizan las truculencias para no ofender pacatas sensibilidades. Lo que no se ve en la tele, no existe. Así de sencillo.

Creer que se va a poner fin a la prostitución, a la trata, a las drogas y al crimen organizado es, cuando menos, utópico. Las utopías pueden denunciar y hasta anunciar el derrumbe de una sociedad, pero con escasas probabilidades de conseguir el loable propósito de remediar situaciones particularmente injustas y dolorosas. Siglos llevamos escribiendo y leyendo sobre utopías y distopías sin que acaben de cumplirse —para bien o para mal— ni las unas ni las otras. Vivimos en una era caracterizada por el vacío más absoluto y, al mismo tiempo, llena de contradicciones. Hay aspectos de la vida difícilmente legislables. Pudiera dar la impresión de que deliberadamente renunciamos a luchar por un mañana mejor.

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