Cuando me llegó el nuevo libro de la directora de cine social Mabel Lozano, escrito a cuatro manos con el policía experto en trata y explotación de personas, Pablo J. Conellie, me resistí a leerlo. Ese arranque de una descripción tan aterradora como repugnante de ... la grabación de una escena, que sufría una improvisada actriz porno, me alejaba sin remedio del texto. Siempre me asqueó el cine porno. Incluso cuando desconocía que tras él se escondía un negocio turbio de captación de pobres desgraciadas sin alternativa, o de adolescentes y niños ingenuos, que se meten en la boca del lobo sin darse cuenta. Pero aterrizar en esa autopista de guarradas, para descubrir cómo se lucran los proxenetas, siempre atentos a las nuevas modalidades para explotar a las personas, me ha golpeado con dureza. Más aún hacerlo a través de testimonios reales, donde se describen todas y cada una de las prácticas a las que son sometidas las víctimas. Algunos dirán que el cine porno es un cine tan respetable como cualquier otro. Que hay festivales y premios que lo avalan. Y es cierto. Pero también lo es que muchos de sus protagonistas acaban siendo juguetes rotos tras las grabaciones continuadas de las escenas más abyectas. Si ellos, que eligen formar parte de ese universo, acaban tantas veces destruidos. ¿Qué pasa con quienes se acercan a la pornografía a través del engaño, la presión o la amenaza o de ese fantasma terrible que es la precariedad?

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Sé que, entre ustedes, habrá quien piense que quien se mete en el porno es porque le resultó más fácil que otro terreno laboral. Pero, verán, hay gente a quien la vida le sorprende por el camino, por su fragilidad, su necesidad o su tristeza y otra a los que las redes de trata rodean por completo hasta impedirles elegir una ruta diferente. Son muchas las jóvenes captadas y chantajeadas para participar en películas pornográficas, sin ningún tipo de medida de seguridad, a las que a veces ni pagan. Y lo son porque hay cientos, miles, millones de usuarios que consumen pornografía a diario desde los 11 años, y que atienden a esos 30.000 vídeos que se reproducen cada segundo, entrando a esas webs que reciben 92 millones de visitas cada día. Muchos son adictos, enfermos... Otros, personas normales entre las que hay niños y jóvenes, que acaban confundiendo la sexualidad real con la que ven en las pantallas. El problema está a los dos lados; porque aunque a algunos no les afecte, a otros les hace mucho daño la contemplación de estas películas. Y es un daño que, además, revierte en la sociedad. Todo esto se recoge en PornoXplotación. Mabel Lozano y Pablo J. Conellie, me han hecho pasar un mal rato, pero también reflexionar y sumarme a su causa, una vez más.

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