Este que lee es el último Bestiario del año de la peste: el próximo verá la luz en 2021. Aventuré que este 2020 sería un ... gran año y mire cómo estamos, así que no diré nada del que viene, por si acaso. Lo que tenga que ser, será. Tampoco me apetece recordar mucho de este año, que es un ejercicio que contagia a los medios de comunicación estos días y me hace canturrear aquello del clásico de Armando Manzanero de esta tarde vi llover y no estabas tú. Este “tú” son más de cincuenta mil personas, que oficialmente han muerto infectadas por el Covid 19 en España. Un número que sigue creciendo a pesar de la vacuna, cuya distribución comienza hoy en varias residencias salmantinas.
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Recordar el año que termina no deja más que tristeza y reclama una vacuna contra los malos recuerdos. Cuando otro Bestiario vea la luz habremos celebrado el aniversario del nacimiento de Tomás Bretón gracias a una iniciativa particular de sus vecinos del barrio y también habrá tenido lugar la ofrenda a Unamuno junto a su escultura, obra de Pablo Serrano, que este año realiza Francisco Blanco Prieto, uno de los más unamunianos de nuestros paisanos. Será con aforo reducido, ha dicho el alcalde, Carlos García Carbayo, que se ha mostrado enfadado estos días con cierta fiesta fuera de madre y de la ley en un local de la calle Toro. Veremos con qué consecuencias. El aniversario de la muerte de Unamuno, en este año también unamuniano, gracias a Manuel Manchón y su documental siempre eclipsa el del cronista José Sánchez Rojas. Cronista, abogado, bohemio extravagante, albense, republicano radical y socialista, profesor de italiano o autor de “Sensaciones de Salamanca”, que prologó Tomás Marcos Escribano, presidente de la Diputación y derechista de la CEDA. La política tiene a veces estas cosas. Murió el “pobre” Rojas, como se decía entonces, en el “Términus”, hotel que estaba en la esquina de Toro con la Calleja, legendario local hostelero de Salamanca. Si Blanco es unamuniano, Sebastián Battaner es bretoniano: no hay efemérides del maestro que se le escape y echa de menos una celebración del nacimiento del maestro con más empaque, un concierto o así. Me gustaría también. Es curioso, pero meses atrás descubrí que muchos salmantinos pensaban que Bretón estaba enterrado en Salamanca, como don Miguel, cuando en realidad sus restos se encuentran en el madrileño cementerio de La Almudena, que ha terminado por ser el panteón de españoles ilustres que nunca hemos tenido. Estoy seguro de que el músico Tomás Bretón no habría existido sin el empuje de su madre, Andrea Hernández, viuda, responsable de un hospedaje donde el niño Tomás pudo conocer a muchos músicos que después actuaban en el Teatro del Hospital, después Teatro Bretón. Ella y la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy formaron a un chaval que con doce años ya tocaba en la orquesta del Teatro del Hospital. Luego vino Madrid, su conservatorio, la fama y también cierto desprecio institucional al genio.
En “La verbena de la Paloma” -zarzuela con música de Bretón- se proclama que hoy las ciencias avanzan que es una barbaridad. El libreto era de Ricardo de la Vega, la obra se estrenó en 1894 y la famosa cita surge en un diálogo entre don Sebastián y don Hilarión, dos protagonistas de la obra. Hoy, gracias a que las ciencias avanzan que es una barbaridad, el año que viene será (seguramente) mejor que este año que termina gracias a una novedosa vacuna. Pero quién lo sabe. De momento, no aventuro nada por si acaso. Llámelo escarmiento.
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