Por primera vez en cuatro décadas la marca de turrones ‘El Almendro’ no emitirá el anuncio que nos acompañaba cada Navidad. El que simboliza el ... reencuentro después de meses sin vernos las caras con nuestros seres queridos. El que representa el verdadero espíritu de estas fechas. Su “vuelve a casa por Navidad” no sonará porque regresar al hogar familiar en tiempos de pandemia es un comportamiento de alto riesgo.
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Hace unas semanas, cuando se aprobaron las primeras medidas para estas fiestas, algunos nos echábamos las manos a la cabeza. El único objetivo era que, con más o menos restricciones, hubiera jarana. Y todo ello con un largo puente por medio y con los hospitales con un grado de ocupación preocupante. Todos los expertos insistían en lo mismo: llegará una tercera ola antes de haber superado la segunda. Sin bajar en ningún momento de los 200 muertos en España (un 11M diario) estábamos pensando en el besugo de la cena de Nochebuena, las uvas de Nochevieja e incluso en las cañitas vespertinas con los amigos. Sin pretenderlo, habíamos asumido que, para que algunos se lo pasaran en grande en Navidad, otros iban a tener que afrontar la cuesta de enero en un velatorio. Porque la ecuación es clara: a más contagios, más muertes. Podremos contener mejor los brotes con más pruebas y más rastreadores. Podremos asumir más enfermos con más hospitales o ‘casetas de feria’ convertidas en hospital ‘made in Ayuso’. Podremos tener unos profesionales sanitarios abnegados. Pero lo que no vamos a poder evitar es un número insultante de fallecidos. Y ese es el precio que estamos pagando alegremente si queremos una Navidad al estilo ‘El Almendro’.
El deber de los políticos y de los periodistas es hacer pedagogía. Y lo mejor que podemos decir a tres días de la Nochebuena es que, cada uno en su casa y Dios en la de todos. Salvo que tengan anticuerpos, lleven dos semanas confinados voluntariamente o se hayan hecho una prueba el día antes, no pongan en peligro a sus familiares. Que no les pueda el ansia o la angustia por pasar una Navidad que no será tal. Porque el mejor regalo es poder reencontrarse en la siguiente. Nadie se podría perdonar que por un estúpido encabezonamiento, el virus acabara en el cuerpo de ese padre o de ese abuelo vulnerable y todo se acabara. Piensen en ello.
En los últimos meses se han hecho renuncias mucho más dramáticas que quedarse sin una simple cena de Nochebuena. Los hosteleros han visto cómo sus negocios agonizan. Los gimnasios se han vaciado. Las agencias de viajes, esas que nos han hecho tan felices cada verano, llevan desde marzo paradas. Los hoteles, los cines, los artistas, los feriantes... Eso sí que son sacrificios. Porque no hay nada más sacrificado que quedarse sin el pan de cada día. Por eso el mal menor es que la Navidad no sea tal.
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Una vez más las comunidades autónomas han tenido que ejercer de ‘poli malo’ para articular unas restricciones que serán diferentes en cada región. Es paradójico que vayamos a vivir una movilidad por todo el territorio nacional, pero que cada comunidad tenga sus propias normas. No somos conscientes de lo grave que es tener un Ejecutivo que se inhibe en la mayor crisis sanitaria de nuestra historia reciente. Desde que concluyó el confinamiento no ha ejercido con responsabilidad su labor de Gobierno y en los últimos meses solo ha tomado la iniciativa en lo relativo a la vacuna para ponerse la medalla. Es denigrante y espero que los ciudadanos se lo hagan pagar tarde o temprano.
Mientras, los sufridos ciudadanos tendremos que brindar en solitario, pero con esperanza. Al menos no vemos los nubarrones de abril cuando esto parecía que no tendría fin. La vacuna no será la panacea, pero sí al menos un bote salvavidas que poco a poco, y sin parar de remar, nos conducirá a la orilla. Brinden por la vida y por lo que vendrá. Feliz Navidad.
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