El pasado miércoles tuvo lugar la solemne entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a Raúl Zurita. El poeta chileno recibió de manos de ... la Reina emérita el título que reconoce sus muchos méritos y fecunda trayectoria. En su emocionado discurso aludió a su propio concepto de poesía y a su compromiso vital, un compromiso que comparten otros muchos de su generación en este mundo tan convulso: “La poesía es el amor por cada detalle del mundo... los grandes poemas solo cuentan si son un pretexto para ejercer la bondad”. Todo un alegato sobre el que debemos meditar. Finalizó con los hermosos versos “de un artista desmembrado” como homenaje a su esposa Paulina, también presente en el acto.
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Este galardón, el más prestigioso de la poesía española e iberoamericana, que cumple veintinueve años, ha sido la antesala del Cervantes para una docena de los anteriormente premiados. Francisco Brines (“solo soy un poeta que siente”) es el último ejemplo de esta imparable tendencia que atesora ambos reconocimientos, al igual que Joan Margarit, lo fue el año pasado. No sería de extrañar que antes o después el mismo Raúl Zurita, al igual que otros predecesores, transitara por idénticas sendas de gloria y honroso reconocimiento.
Dicen las encuestas que con motivo de la pandemia se lee más. Me permito ponerlo en cuarentena (nunca mejor dicho en estas fechas), pero ojalá sea cierto. De lo que no cabe duda es de que se venden más libros de poesía, acaso por el hecho de que el Nobel de Literatura recayera este año en la norteamericana Louise Glück, un buen tirón a la hora de valorar las preferencias lectoras del público. Esperemos que en estas Navidades, tristes y deslucidas por causa de la maldita pandemia, se sigan regalando libros. Y si, además, son de poesía, mejor.
Acaso convenga recordar que el 26 de octubre de 1963, apenas unas semanas antes de su asesinato, Kennedy pronunció el que iba a ser su último discurso. Lo hizo en el Amherst College con motivo de inauguración de la nueva biblioteca en honor al poeta Robert Frost. Después de recordar al presidente W. Wilson que se preguntaba cuál era el sentido de los partidos políticos si no servían a los grandes ideales de la nación, Kennedy reflexionó acerca de los límites de la poesía en una alocución memorable. El arte, dijo, sostiene las verdades básicas del ser humano, y la poesía, en tanto que manifestación artística, combate la arrogancia, limpia y purifica allí donde el poder corrompe. Robert Frost, añadió Kennedy, puso en el mismo plano poesía y poder, porque consideraba que solo la poesía podía salvarnos de los peligros del poder mismo. No creo que nuestros dirigentes lean otra poesía más que la publicada en el BOE. Y así, difícilmente van a salvarnos. Me fío más de las bellas palabras de Zurita.
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