Las largas semanas de enclaustramiento dan para muchas lecturas y reflexiones. En cuanto a las primeras, además de otras publicaciones de la profesión, aprovecho para ... saldar algunas cuentas pendientes y para refrescar viejos encuentros literarios aparcados desde los ya lejanos tiempos de los cursos comunes en la facultad de Filosofía y Letras. En concreto, me estoy zambullendo en la novela picaresca. En ella me reencontré una vez más con las andanzas y aventuras de Lázaro y del escudero Marcos de Obregón; entré de lleno en esa atalaya de la vida que es el Guzmán de Alfarache; volví a sonreír con las aventuras de Pablos, el buscón de Quevedo; y hasta osé hincarle el diente a la pícara Justina, imperdonable omisión por mi parte que ahora trato de subsanar.

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Hay muchas lecciones de historia y vida en este género literario, fuente inagotable de inspiración en la narrativa inglesa. Múltiples son las trazas que se pueden identificar en los novelistas más clásicos del XVIII inglés, y no pocas las admiradas loas y alabanzas que dedican a esos personajes españoles tan atractivos desde el punto de vista literario y a sus creadores.

Lo cual me ha llevado a considerar la vigencia del legado picaresco en la España de nuestros días. La pandemia ha vuelto a resucitar lo más auténtico y granado de ese espíritu trafullero, trapacero y gallofero de algunos de nuestros compatriotas, que dejan en pañales a los pícaros de mayor lustre en este moderno patio de Monipodio del cambalache mercantil derivado del coronavirus. Por ejemplo, quienes especulan con productos sanitarios o con las tarifas funerarias, sin ir más jejos.

Me da pena oír los balbuceos de ese licenciado en Filosofía metido a ministro de no se sabe bien qué cuando trata de explicar los avatares de unas transacciones comerciales propias de las cándidas palomas que sin experiencias previas inician relaciones con los chinos. En estas circunstancias en las que los mercados están siendo presionados al máximo y las pujas por mascarillas, tests y otros elementos sanitarios tan codiciados a nivel internacional experimentan continuos sobresaltos, cualquier recién llegado puede perderse. Y si se recurre a intermediarios de escasa fiabilidad y dudosa reputación mucho peor. Peor aún si los comisionistas salen ranas y se alzan con el santo y la limosna.

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Al lado de estos pícaros de ahora, estraperlistas de la era internet, los del Siglo de Oro parecen beatíficos querubines. La pregunta inocente es por qué no se encargan estas compras a los que saben y tienen probada experiencia lidiando con tan atípicos proveedores asiáticos. No culpo al ministro, que bastante tiene el pobret con la que le ha caído. Pero sí le pido al gobierno que se deje de tóxicas connivencias con los nuevos pícaros. Los de dentro y los de fuera.

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