Exacto: a Salamanca se peregrina. Lo ha dicho en estas páginas José Sacristán, de nuevo en Salamanca, esta vez para representar a su amigo ... Miguel Delibes en el año Delibes. Camilo José Cela dijo en su momento que salvo Santiago y Salamanca el resto de ciudades son campamentos. Prescindibles. Olvidables. Salamanca ha sido desde hace más de ochocientos años destino de peregrinación de quienes buscaban el conocimiento: la verdad. O ibas a Tierra Santa o venías a Salamanca. Reyes y emperadores aclararon aquí sus dudas en los tiempos de Francisco de Vitoria, por ejemplo. Aquí, incluso, repartíamos otro conocimiento menos ortodoxo y oficial en la famosa Cueva, del que hicieron publicidad desde Cervantes a José María de Areilza, y hasta hubo quien lo sufrió, como el Marqués de Villena. En el asunto del conocimiento hemos tenido sumos sacerdotes bien conocidos: desde Unamuno a Abraham Zacut, imagine. Y aún hoy tenemos oficiantes en todas las ciencias que imparten su magisterio, o sea, su conocimiento. El que quiera saber, a Salamanca. Bien claro se proclamaba. Y se peregrinaba. Hoy se peregrina también por sus maravillas artísticas o gastronómicas, por su noche. Y se peregrina por fe a la atalaya de la provincia, la Peña de Francia, y al sepulcro de Santa Teresa de Jesús. O en busca de ese animal totémico que es el toro bravo, cuya mirada te abduce, o de ese otro, el cerdo, cuyas golosinas vienen a decirte cómo es la gloria. Cada año, entre unos y otros, los que peregrinan por el conocimiento y lo que lo hacen por otras razones, entran y salen centenares de miles de ciudadanos. Somos España vacía y vaciada pero también muy transitada, y animamos a ello, por ejemplo, con surtidores de electricidad para coches, como el inaugurado ayer. Vienen, están un tiempo, y se marchan, a diferencia de los paisanos más jóvenes, que nacen y crecen, y luego emigran y se reproducen y despiden de este mundo lejos de casa. No son peregrinos sino emigrantes.

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Del ir y venir vio mucho aquella vía ferroviaria de Puerto de Béjar donde José Luis Cuerda rodó parte de su “Bosque Animado”, una de las más hermosas películas de nuestro cine y una maravillosa novela de Wenceslao Fernández Flórez, al que me tiene de lectura obligatoria don Estella para apartarme de otros vicios. ¡Qué gran tipo el Cuerda! Hoy, muchos días, cuando me preguntan qué tal respondo que ha amanecido, que no es poco. Es curioso que el protagonista del “Bosque”, Alfredo Landa, lo fuese también de “La marrana”, que se rodó en La Alberca, y que es una road movie de época, del Siglo de Oro, para ser más precisos, y que en realidad lo fue de oro y ajos, porque era de lo poco que se podía comer, aunque la literatura, desde Lope a Cervantes, tuviesen en la boca a todas horas a su reverenda Olla, que era la Olla Podrida, madre de todos los cocidos, incluidos los que se comió Galdós, el pupilaje de postguerra en casa de la patrona y los que dan forma a la Guía del Cocido, que rueda por casas de comidas. Por cierto, la vieja y cinematográfica estación de Puerto de Béjar es casa de comidas. Un lugar al que peregrinar, aunque no tenga una estrella o dos o tres que seguir.

Igual en un hueco de las fachadas del Liceo se puede colocar a modo de vítor esa frase maravillosa de José Sacristán de Salamanca como destino de peregrinación. Creo que también su trabajo en escena es destino de peregrinación.

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