José Sánchez Rojas, todavía en 1929, se hace eco de algo sucedido en 1910 y dice en “La Nación”: “Así las piedras, que no ... son más que proyección del espíritu de la ciudad en la ciudad misma, despista a esos espíritus curiosos que, como mi amigo Pedro de Répide, han ido a Salamanca en busca de la austeridad, de la secura, de la llaneza castellana. Y Salamanca no es así”.
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Lo que para Sánchez Rojas constituye un despiste fue algo más fuerte para los salmantinos de la época, dolidos hondamente de la falsedad de las afirmaciones de Répide tras una visita relámpago a la ciudad en setiembre de 1910 y cuyas impresiones plasmó en un artículo de “El Liberal”, titulado “La ciudad doctora”.
No encontró algo de su agrado en una Salamanca que es una corraliza inmunda donde no hay atisbo de arte; el patio de los Irlandeses es peor que el del Archivo de Alcalá de Henares; la casa de Cervantes se encuentra en el barrio de los Milagros; la fachada de la Universidad le parece una labor de marquetería hecha por un jubilado de Hacienda sobre la tapa de una caja de tabacos para entretenerse en la camilla familiar, cerca del brasero hogareño, en veladas invernales; “La Flecha” es comparable al Arroyo Abroñigal madrileño; Salamanca no tiene ningún valor histórico; atribuye a Tiziano una copia de Navarrete; carece de esa pasta gallofera de pintores de que los clásicos nos hablan; el palacio de Monterrey es un conato de arte y al fin reconoce algo bueno: que la Catedral Vieja guarda pedazos de poema en el misterio de su soledad solemne y ancestral.
Tal vez su animosidad se debiera a que dado su desastrado aspecto con la camisa llena de grasa, zapatos rotos y un terno raído de 15 duros, aparte de la rotura del monóculo, encajaba perfectamente en el bando del Ayuntamiento sobre la mendicidad callejera en Ferias.
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Para no rebatir cada uno de los delirantes asertos de Pedro de Répide, que cualquier salmantino podría hacer, nos fijaremos exclusivamente en el palacio de Monterrey que según él es un conato de arte, desconociendo que en aquellos momentos ya se estaba preparando la controvertida Exposición Universal de Bellas Artes en Roma, que se abrió en 1911 y en la que el arquitecto Eladio Laredo, a instigación del VIII duque de san Pedro de Galatino, don Julio Quesada Cañaveral y Piédrola, Comisario Regio y Delegado del Gobierno, construyó el Pabellón Español, utilizando la estética neoplateresca del palacio en el que se incrustaron siete arcadas renacentistas.
Como a Pedro de Répide le faltaban 15 años para nacer se le olvidó por completo que en 1867 con motivo de la celebración de la Exposición Universal de París el arquitecto Jerónimo de la Gándara construyó el Pabellón Español, tomando como modelo también el palacio de Monterrey, dotado de 5 arcadas, con un presupuesto de 400.000 reales.
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