SI Juan Ramón Jiménez apeló a la “intelijencia”, con jota, para solicitarle “el nombre exacto de las cosas”, parece constatable que la política contemporánea no acostumbra a realizar tales invocaciones. Y puesto que la mucha o poca inteligencia también puede emplearse con propósitos torticeros, comprobamos ... que nuestros políticos, en multitud de ocasiones, se afanan en dar con el nombre enmascarador de los hechos.

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Esa apuesta por la confusión resultará a veces más grotesca o sutil, más risible o decorosa, pero siempre es rechazable. Políticos de unas y otras siglas no han dudado en ofrecernos su eufemístico bochorno. Por razones de espacio, me referiré hoy a los Gobiernos de Sánchez y Rajoy, y ya habrá oportunidad de afrontar otros Ejecutivos previos, y otros ejemplos en los que el dislate discursivo también corresponda a fuerzas opositoras.

El Gobierno vigente, eludiendo el concepto peaje, se decanta por el peaje mental, y acaba de clarificarnos que sobre las autovías implantará “una tarificación por uso de la red viaria”. Hace un año, por estas fechas, el propio Sánchez nos habló de la “restricción a la movilidad nocturna”; y no se conformó con emplear ese espantajo lingüístico, sino que encarecidamente aconsejó su uso, como alternativa al toque de queda. Para quedarse tocao, también, cómo olvidar las declaraciones de la ministra Reyes Maroto. Tras la erupción en la Palma, mientras la lava causaba su ingente y avasallador destrozo, percibió allí un “espectáculo maravilloso”, susceptible de convertirse en reclamo turístico. Volcánico sonrojo.

Y si Rajoy puso buen empeño en evitar la palabra rescate, tampoco renunció al malabarismo: “Se han producido algunas cosas que no nos gustan. Unas pocas cosas” (octubre de 2014). Así eludía el vocablo corrupción (“algunas cosas”), lo redujo a lo anecdótico y puntual (“unas pocas”), y la pasiva refleja (“se han producido”) constataba que tales fenómenos venían a ser como accidentes atmosféricos que carecen de responsables. Por cierto, estas prácticas no pueden sorprendernos, si recordamos que, siendo entonces vicepresidente, de esta forma daba cuenta de la catástrofe del Prestige: “Salen unos pequeños hilitos. Hay cuatro, en concreto. Cuatro regueros solidificaos con aspecto de plastilina en estiramiento vertical” (diciembre de 2002). No fueron unas declaraciones improvisadas. Esa declaración estaba escrita y fue leída término a término.

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El eufemismo es una figura retórica con su potencial creativo y literario. Sin embargo, cuando cala en la política, su utilización suele ser bastante vergonzosa. No es el único cauce del lenguaje político por el que se nos cuela la manipulación, pero es uno de los más significativos. Aunque hay desvaríos sintácticos que no encierran una intencionalidad engañosa, a veces, como diría Valèry, “la sintaxis es un valor moral”. Las palabras sacarina edulcoran, de forma artificial e interesada, la correspondiente realidad.

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