Las terrazas son las nuevas barras y comedores gracias a las normas pandémicas, de aplicación tan complicada y conflictiva, como vemos. Esta semana, en una ... terraza, entregado a un pastel de queso y con el alcalde de Guijuelo, Roberto Martín, a unas mesas de distancia, se hablaba de que hoy todo debe ser sostenible, desde la agricultura a la moda, esa moda orgánica en la que triunfa Nacho Aragón, hijo de Emilio Aragón, que ha regresado a los platós. Una sostenibilidad que otro alcalde, el de Salamanca, Carlos Carbayo, se trabaja con la Vía Verde y el Proyecto Edussi para el Tormes, en el que echo en falta, dije, al botijo. Nada hay más sostenible que el botijo, con su pasado latino –la crisis de las lenguas clásicas ya la avanzó nuestro Francisco Rodríguez Adrados—y clásico –nuestro, también, Sebastián de Covarrubias, hablaba de la botija—al que seguimos echando en falta de las fiestas tejareñas de La Salud. Uno, por estas fechas, vísperas del cuarenta de mayo, ya tenía el botijo listo para el verano y ahora, sin embargo, casi hay que esperar a la fiesta de la Virgen en agosto para encontrar uno. A esa feria del barro, con los Dueñas, Pérez, Hernández y Rodríguez, dinastías de alfareros, que debería adelantar su fecha por la sostenibilidad del planeta. Y ahora que la luz se ha puesto por las nubes con más razón: un botijo no consume electricidad. Es fruto de la complicidad del agua, el barro y el clima, se decía en una exposición en el Centro Cívico de Tejares hace ya algunos años, cuando mostró al público su colección Alfonso Llanos y calibramos la universalidad del botijo. Esa colección, los botijos, deberían formar parte del Edussi porque están en el alma del Tormes: Alba y Cespedosa, dos núcleos alfareros, tienen apellido tormesino.
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Alguien de la mesa enseñó el décimo de lotería y unos sellos con ilustración salmantina recién editados, y se recordó que años atrás, a principios de los ochenta, un botijo salmantino protagonizó un décimo de lotería. Años más tarde, en 2013, fue pieza del mes en el Museo de Salamanca y se citó a su autor, Julio Martín. Hoy es un botijo de colección, como los que se ofrecen y venden en las macrotiendas de internet: algo me peta en la cabeza cuando pienso en comprar un botijo en internet, que es algo que quizá Rodrigo Cortés podría haber incluido en su novela de absurdos, o ser una escena de esas comedias disparatadas de Carlos Therón. Recuerdo que hace un año, el Club Europeo de Productores de Cine, colaborando con la sostenibilidad, decidió eliminar de las escenas las botellas de plástico por las de vidrio, y emplear en los rodajes el botijo. Uno (atención, becarios), cuando empezó en la radio tenía entre sus empleos llenar de agua el botijo para sus mayores, Conchita San Román, Antonio Fidalgo, Tere Martín.... Supongo que aquel botijo ya era entonces, a punto de comenzar los ochenta, una antigüedad y tendría la consideración de reliquia. Sagrada.
En Éibar hay un monumento al botijero y aquí podríamos hacérselo al aguador, que llenaba cántaros en las fuentes y manantiales para después trasvasar su agua a los botijos de las casas. Hoy, las máquinas de agua, con su consumo eléctrico, han sustituido a los botijos en las oficinas, igual que las neveras en las casas cuando más sostenibilidad se nos reclama. Hasta en algunos callejones he visto a cuadrillas taurinas llevar botellas de plástico en lugar del botijo de toda la vida de dios. ¿Puede creérselo?
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