En el inicio del curso escolar sobrevuela la puesta en marcha de la última Ley de Educación. No solo se trata de plasmar una nueva ... legislación en el BOE que, siguiendo la tradicional rutina, eliminarán los que vengan después, sino de dar forma a la ingente cantidad de reglamentos, normas y birlibirloques que lleva aparejados y que afectan de manera diferente a algunos aspectos concretos de ciertas comunidades autónomas. Por ejemplo, aquellas que tienen una lengua propia reconocida por la Constitución. Para los demás, y por lo que a nuestro entorno inmediato pudiera afectar, se incluye una especie de premio de consolación al reconocer las variedades dialectales del castellano. Y aquí entramos en el espinoso debate de qué se considera dialecto, ya que no faltará quien defienda el concepto de lengua, llingua, fabla, etc. frente a las variedades dialectales, las cuales gozan de escasa reputación por más codificadas que estén desde el punto de vista lingüístico. Reza el texto en sus jeribeques y contorsiones que también se potenciarán los valores cívicos y éticos, la sostenibilidad, la interculturalidad y hasta la orientación genérica a la hora de enseñar las matemáticas. ¿Quiere esto decir que los números primos pasarán a ser primas? ¿O primes?
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La enseñanza ha sido un oficio noble y digno, aunque no tan dignificado como debiera en los últimos tiempos. En algunos barrios problemáticos y marginales, más que una profesión parece una condena a galeras. No hay más que ver las estadísticas de bajas por depresión (o por agresiones). Por si fuera poca la brega cotidiana, los docentes deben actuar de facilitadores lúdicos de contenidos y gestores de servicios educativos. Tienen que familiarizarse con una jerga terminológica que va mucho más allá de las meras destrezas y las evaluaciones de diagnóstico. Los legisladores, fieles al ya tradicional empeño de colocar dogales mentales a base de jerigonzas y tecnicismos, parecen empeñados en demostrar, en su complaciente insignificancia, que con nuevas leyes se resuelve todo, cuando sabemos que los problemas de la sociedad exigen formación en valores y fomento de la curiosidad y la creatividad, sin olvidar el mérito y el esfuerzo. La sociedad postecnológica precisa de continuas actualizaciones de conocimientos, de nuevos enfoques y herramientas adecuadas, de aprendizajes más dinámicos y menos enciclopédicos. Cierto, pero no estigmaticemos el papel fundamental de la memoria en aras de las omnipresentes competencias.
Confiemos en que los responsables de las políticas educativas vayan algo más allá del maquillaje de los estropicios acumulados en los sucesivos textos legales. Antes se decía que la ignorancia era la peor de las miserias, aserto que aún sigue vigente. Salvo que se quiera fomentar la ignorancia, claro.
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