He dicho alguna vez, con escándalo acaso de ciertos pedantes, que la verdadera universidad popular española han sido el café y la plaza pública” ... . Palabra de Unamuno.

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Y el cinematográfico rector sabía lo que se decía. En los cafés y las plazas se ha moldeado el sentir y el saber de nuestros pueblos hasta que llegaron las redes sociales. El salmantino de Bilbao sería hoy un tuitero atípico y beligerante, fiel a su famosa sentencia al llegar a la tertulia del café: “No sé de qué se trata, pero me opongo”.

Por suerte, en Salamanca, aún quedan bares y cafés donde doctorarse en la carrera de la vida y, sobre todo, una Plaza Mayor en la que resulta imposible no aprender algo por poco que se esté atento a lo que en ella pasa. Y sin coger apuntes.

No voy a retrotraerme a sus orígenes ni a glosar sus virtudes arquitectónicas. Ni tan siquiera se me ocurre señalar los hitos históricos de los que ha sido testigo. No. Lo que quiero es defender la Plaza Mayor como lugar de encuentro, como universidad popular, como espacio de conocimiento.

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A día de hoy, lo mismo un fin de semana te encuentras una concentración motera con gachís y maromos disfrazados de época, que el siguiente te cruzas con una procesión de personajes sacados de la Guerra de las Galaxias.

Todo muy festivo y popular. Parte de la vida, que de todo se aprende y tal. Pero no me digan que no pega mucho más acercarse a tomar un café y tener la oportunidad de comprar un libro. O dos.

A mí —sin dejar de gustarme las motos y sus gachís, y no teniendo nada contra los obiwán— denme casetas con libro nuevo, viejo o de ocasión; pónganme conciertos de músicas que no resquebrajen la arenisca de Villamayor, organícenme exposiciones de escultura, de pintura, de fotografía o de cualquier chaladura que mueva el corazón. Hasta espectáculos de luz y rojigualdos colores patrios.

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Cuando un viajero —incluso un turista— llega a una ciudad, lo que quiere es vivir una experiencia única. La Plaza Mayor, sin actividad, es como el sexo sin amor; como el equipo de fútbol que siempre gana, como hacerse un selfi con un póster de Laetitia Casta.

Cuando un viajero —incluso un turista— llega a Salamanca, lo que quiere es una experiencia universitaria, unamuniana y cultural. Popular y artística. Y a ser posible, en el corazón de la ciudad.

Si yo fuera viajero —incluso un turista—, desearía encontrarme con ferias de libros, de discos, de cuadros, de artistas cada vez que visito una Plaza Mayor.

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Que la de Churriguera se convierta cada fin de semana en una universidad popular. Que sea el orgullo de los salmantinos y el destino de los que no tenemos la suerte de serlo.

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