Cuando era jovencito me avergonzaba de España (yo, como Jiménez Losantos, también fui gilipollas); creía, en mi desconocimiento, que éramos un país atascado en las ... tinieblas y en el cine de Pajares y Esteso por toda aspiración intelectual y hasta genética... Y así llegué yo, el yo gilipollas, a decirme que cuando la generación del BUP llegáramos al poder, le daríamos la vuelta a aquella España carpetovetónica... Veía a los del Bachillerato “antiguo” -mis hermanos, por ejemplo- como dinosaurios en extinción de un planeta que no era el mío. Nosotros, los del BUP, seríamos la luz, y al fin España encontraría su verdadero camino hacia la modernidad. Incluso la democracia era invento nuestro, libres y puros como creíamos que éramos, sin complejos y sin deudas con la Historia.

Publicidad

... Pero llegó Zapatero a la Moncloa, el primer presidente de la generación del BUP, y comprendí que yo, el yo gilipollas, vivía en la Luna, y que los dinosaurios eran infinitamente mejores que nosotros, simples niños de papá con ínfulas. Zapatero destrozó mi confianza en que lo mejor está, siempre, por llegar; destrozó, él solito, cualquier rayo de inteligencia en la Tierra y nos metió en una espiral de violencia ideológica y de odio, cuyo zénit estamos alcanzando hoy con el tándem de perversión y locura antidemocrática que conforman Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, dos individuos (del BUP) que, junto a sus “cooperadores necesarios”, es urgente echar del Gobierno, de cualquier gobierno, de cualquier puesto de responsabilidad. Y no hablo de rojos, azules, morados, o merengues, hablo de una realidad: nos vamos, todos, a pique con esta jauría de descerebrados al mando. Y las campanas ya tocan a réquiem, pero nadie las escucha. Vuelvo a Sylvia Plath para definir nuestro conformismo, una sociedad en coma inducido: “Hablo con Dios, pero el cielo está vacío”.

Y lo del BUP, que lo sepan ustedes, no son disquisiciones a la sombra de un cuba-libre bajo un sol de otoño, es una pura y dolorosa realidad que nos ha traído hasta aquí: una educación cada vez más politizada, más idiotizada, menos rigurosa.

No nos dimos cuenta, pero desde el Bachillerato Unificado y Polivalente, el sistema empezó a fabricar esbirros al servicio de la más peligrosa arma de destrucción masiva: la ignorancia. El sistema ha ido de manera astuta y sibilina destruyéndonos y haciéndonos partícipes -y votantes- de su plan para practicar, sin prisa pero sin pausa, una completa lobotomía social. Y para aquellos ciegos que deseen seguir sin ver, la prueba se anuncia con forma de mascarilla quirúrgica: el secuestro de la libertad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad