Para un futbolero como el que les escribe, ayer fue un día muy triste. Y eso que el equipo en el que juega mi hijo consiguió el domingo el ascenso a la categoría regional (tenía que decirlo) un hecho, qué quieren que les diga, que ... me llena de orgullo y satisfacción.

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Pero, como les decía, la pesadumbre me invade. Un club histórico como el Béjar Industrial, el mismo que cuando la UDS visitaba el Mario Emilio en Tercera División desplegaba una pancarta en la que podía leerse “La ciudad de Béjar saluda al pueblo de Salamanca”, corre el riesgo de desaparecer. La actual junta directiva ha cumplido su etapa y ha abierto un proceso de renovación de cargos pero, al no recibir ninguna candidatura, la entidad rojinegra podría desintegrarse. Nadie en la ciudad textil parece querer dar un paso adelante ni arriesgar su dinero o emplear su tiempo en una tarea tan bonita y a veces tan ingrata, como sacar adelante un club de fútbol.

Luego está lo del Salamanca. Desde que el mexicano Manuel Lovato se hizo con las riendas del Helmántico, el club va de fracaso en fracaso. El último, el más doloroso, se consumó el domingo pasado cuando se certificó el descenso al infierno de la Tercera RFEF, ¡la quinta categoría del fútbol nacional!

Con este panorama, sus aficionados han ido sustituyendo el rito dominical de pasar por la carretera de Zamora para oler el césped recién cortado por ver en la tele a Rafa Nadal o a Carlos Alcaraz, que dan más satisfacciones. Los pocos que han quedado en las gradas ni siquiera fueron capaces de pitar anteayer la gestión de estos tipos que, a este paso, van a dejar el fútbol local como un erial.

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Seguro que el domingo Juan José Hidalgo se removería en la silla al darse cuenta de la diferencia en el trato que los seguidores de la UDS le dieron a él en el Helmántico y el seguidismo del que están gozando los actuales gestores del nuevo club. Es una auténtica pena cómo se han ido cargando una afición y una liturgia.

Y, por fin, llegamos al Unionistas. Acabo de leer en su página web un escueto comunicado en el que aseguran que paralizan la planificación deportiva de la próxima temporada. Es lógico. Si hace unos días su junta directiva amenazó con dimitir este próximo sábado, dado que el Ayuntamiento no les ha solucionado todavía la posibilidad de sembrar de césped natural el Reina Sofía, lo normal es que no planifiquen nada hasta que se sepa si continúan o no.

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A ver. Como decía el otro día quien fuera portero de la UDS y actual asesor del Unionistas, Tom Caamaño, el Reina Sofía no está hecho para que vayan cien personas a ver a un juvenil o un regional. Hasta ahí de acuerdo. Pero el campo es propiedad municipal, es decir, es de todos y cada uno de los salmantinos, que pueden entender mejor o peor que al final se convierta en un estadio de un solo club. Porque si se pone el césped natural, todos esos equipos de cantera que jugaban allí, tanto del Unionistas como del Monterrey, tendrán que buscar otro terreno de juego. Por lo tanto, la solución no es sencilla.

Me crié en Navarra, una tierra donde el asociacionismo está muy implantado. Allí hay cantidad de clubes deportivos de toda la vida, cuyos dueños son sus socios. Socios que abonan religiosamente unas cuotas muy elevadas en ocasiones por disfrutar de unos servicios. Y si tienen que construir un estadio con césped natural, porque su equipo así lo requiere, se lo hacen con su dinero y en sus terrenos. Y así no hay problemas.

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El Ayuntamiento de Salamanca no tiene la obligación ni de colocar césped natural en el Reina Sofía ni de permitir que uno de los clubes que utiliza el estadio lo haga. Así de claro. Por eso, estos envidos de mal jugador de mus no suelen traer buenos resultados. Entiendo las prisas por las desorbitadas imposiciones de Luis Rubiales, pero los favores se piden, no se exigen.

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