Esta semana he tenido la suerte de disfrutar con una joven un tiempo de reflexión, de conversación íntima, personal y calmada. A veces parar el ... tiempo rápido en el que vivimos y disfrutar de un almuerzo sosegado donde el único objetivo es compartir, puede darnos motivos importantes para valorar aquellas pequeñas cosas que en el día a día apenas detectamos. Esta joven sin nombre, porque su nombre no es lo importante ya que puede ser el de otras muchas o muchos, me ha enseñado con su manera de entender, comprender, valorar y amar, que la juventud actual tiene muchos más valores que los que criticamos desde otras edades. Una parte importante de esta juventud conforma su manera de entender y sentir con esa normalidad con la que muchos de mi generación crecimos. Cuando hablábamos, sentía cómo su corazón ha sabido adaptarse a un mundo adverso, donde hay que luchar mucho para tener un futuro. Estudiar una carrera no es cosa baladí, formarse no es algo sencillo. Empezar a trabajar hoy en día, no es fácil para un joven nada más terminar sus estudios.
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Comúnmente se piensa que la generación que viene pisándonos los talones parece no valorar lo que hicieron sus padres, ni lo que construyeron con esfuerzo, incluidos sus valores. Parece que todo lo que no pertenece a esta era digital es obsoleto, antiguo y trasnochado. Parece no existir un mínimo de reconocimiento y orgullo a la tarea ingente de los que nos precedieron y a valorar los logros que consiguieron. Hoy nada vale, todo hay que cambiarlo.
Pero no es cierto que todos piensen lo mismo. Son muchos los que están orgullosos de pertenecer y tener una identidad heredada de sus abuelos a los que respetan, quieren, admiran y cuidan, seguramente porque ése ha sido el ejemplo que siempre han visto en sus propios padres. Les suelen gustar las historias que tengan que ver con todo lo que aman, pues conociéndolas, saben más de sí mismos y de cuanto conforma su vida.
Este ojo que observa, no deja de preguntarse dónde está la clave para llegar a construir personas buenas, con valores, con amores compartidos que comprendan y aprecien los esfuerzos de quienes les aman, aunque a veces ello implique aceptar el no como medicina necesaria para alejarse de la soberbia que da la juventud. Eso es educarse. En España tenemos la costumbre de airear siempre lo malo y callar lo mucho bueno que tenemos.
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He visto en sus ojos y en su corazón el agradecimiento a cuanto y cuantos la han construido como persona para llegar a ser quien es. El ejemplo, el esfuerzo de no rendirse jamás, el no perder el norte cuando todo a tu lado parece estar desnortado y el amor desinteresado y único de los padres, pueden ser una solución a la ecuación. Se necesitan referentes sólidos para construir individuos sólidos y somos los adultos los que estamos obligados a ser menos egoístas para darles un camino más equilibrado.
Con muchos hombres y mujeres que sean capaces de coger el testigo de la herencia que nos dejaron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos y estar orgullosos de ella, no todo estará perdido. Tal vez no todo ha de cambiar.
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