Alguna vez he oído decir a mi padre que todo el mundo de su generación se acuerda del sitio y de con quién estaba cuando ... Tejero entró en el Congreso. Y siempre he pensado que a los de mi generación nos pasaba algo similar con los atentados del 11-S y del 11-M. En el caso del primero, estaba en casa de un amigo que nos estaba preparando un botillo (creo que es el primero y el último que he comido), el segundo me pilló en la residencia de la universidad.
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Pero sé muy bien dónde estaba, sé muy bien lo que sentí, lo que pensé. Me acuerdo de que al ver las imágenes en Antena 3 pensé que estábamos viendo la repetición de la caída de la primera torre, cuando, en realidad, era la segunda.
Recuerdo que los presentadores también tuvieron esa confusión el primer momento. Con el 11-M fui de los muchos que pensó que se trataba de un golpe de ETA. Nadie podrá negarme que la autoría de los hechos decantó unas elecciones.
El caso es que hay días señalados de los que te acuerdas muy bien. Con el día en el que Miguel Ángel Blanco fue asesinado de modo cruel y cobarde, me pasó algo diferente. En ese momento yo tenía 17 años y veía series como “El Equipo A”, “Salvados por la campana”, “El coche fantástico”... Series donde ganaban los buenos, siempre. Donde todo se torcía, se ponía muy complicado, pero al final ganaban los buenos.
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Y eso es lo que yo pensaba que iba a pasar. Íbamos a ganar los buenos que, aunque hoy en día algunos (incluso el Gobierno) pretendan hacernos dudar, los buenos éramos la mayoría de la sociedad española que no queríamos que se cometiera un asesinato (igual que pedimos que se liberara y cesara la tortura de Ortega Lara, quien pudo ver el sol por el trabajo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, no por un sesgo de humanidad de ETA). Los buenos seguimos siendo los mismos por mucha retórica que quiera usar Bildu.
Pero ese día no fue así. Ese día no ganaron los buenos. Ese día recibí uno de los primeros jarros de agua fría, golpe de realidad, para explicarme que la vida no es lo que yo veía en la tele. Que a veces los planes no salen bien, que por mucho que grites un “te necesito” a tu reloj de pulsera, a lo mejor tu coche no viene a rescatarte y que, puede, que Oliver Atom vaya a perder el partido en los minutos de la prórroga.
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Quizá por eso no lo tenga tan nítido en la memoria, puede que porque he necesitado olvidar eso que tanto daño me hizo. Lo que es seguro es que mi olvido, el de muchos, es el arma que Sánchez quiere emplear para poder seguir en su trono de miserias. No se lo permitamos.
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