Todavía no me explico cómo Luis Tudanca, el aspirante a presidente de la Junta en la moción de censura orquestada por Moncloa y que se ... debatió el lunes, pretendía conseguir los votos de unos cuantos de Ciudadanos -al menos cuatro y mejor si fueran Ciudadanas- insultándolos sin piedad.
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Debió pensar que como hay muchos ciudadano poseídos de ira contra el “sereno” de la Junta, incluidos algunos de sus procuradores, podría aprovechar el enojo para convertirlo en respaldo. No hay que despreciar el inestimable consejo de Iván Redondo. La forma más torpe que conozco de conseguir algo. Pero es que Tudanca es torpe. Un hombre que, como dijo Igea, no conoce la decencia ni aunque le atropellase el camión que la reparte.
Hace año y medio pudo pactar con Igea que estaba más cerca de la izquierda que de la derecha, pero fue incapaz de convencer a un socialdemócrata como el portavoz de la Junta. Por eso me reitero: Tudanca es un incapaz que juega a ser político.
Por cierto, Igea estuvo soberbio en su intervención. No hay ahora mismo un parlamentario con mejor y más divertida oratoria que la del vicepresidente. Repartió estopa entre el socialismo-comunista a diestro y siniestro, desmontó los atropellados argumentos del pobre Tudanca sin despeinarse y con un lenguaje llano para que la gente normal lo entienda y además, lo adornó con ingenio. Si no fuera tan terco y escuchara un poco más a los ciudadanos -con minúscula- y a sus asesores, tal vez sería el portavoz que querría tener cualquier gobierno, incluido Sánchez, porque a mí a la “portavoza” monclovita me cuesta hasta entenderla. Es la típica que embarulla el lenguaje para al final no decir nada.
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Igea, sin embargo, no conoce la diplomacia y su tozudez le ha acompañado más allá de la política y le ha provocado no pocos disgustos. Pero probablemente porque asume sus defectos ha hecho un buen tándem con un presidente “serio, soso y formal” como Alfonso Fernández Mañueco. Unos apelativos con los que el vicepresidente naranja jugó copiando a Gabilondo para dejar todavía un poco más tocado al candidato fallido: “Mire usted, señor Tudanca, tiene usted tan mala suerte que podría aspirar a las virtudes que su partido ha elegido como virtudes esenciales de su candidato en Madrid: Serio, soso y formal. Pero, señor Tudanca, si esas son las virtudes necesarias, nosotros tenemos el presidente ideal”, soltó el perspicaz vicepresidente.
No era muy difícil superar a la antecesora en el uso de la palabra, la secretaria de Organización, Ana Sánchez, que utilizó un tono histriónico, que más que confianza y fiabilidad, trasladaba miedo e inseguridad. Pero lo mejor de la lugarteniente de Tudanca fue cuando alentó a los procuradores a que escucharan el clamor de la calle. ¿Qué calle?, porque aquí la gente está hasta el gorro del “sanchismo”, al que trata de emular el “tudanquismo” para continuar en el poder. Hasta el gorro de que le suban los impuestos. Hasta el gorro de que maltraten económicamente a los que no somos independentistas y hasta el gorro de la inestabilidad producida por unos socios que quieren convertir a España en la Venezuela del hambre.
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Si el señor Tudanca y la señora Sánchez escucharan el miedo que tiene la gente honrada de esta tierra que con tremendo esfuerzo consigue comprar un pisito para garantizarse el futuro y ahora desde el Gobierno se favorece la “okupación” y a los gandules de medio pelo, realmente se darían cuenta del porqué a una mayoría de castellanos y leoneses se le erizan los pelos solo de pensar que en esta tierra puede reproducirse el tándem Sánchez-Iglesias en versión Tudanca-Fernández.
Y lo peor de esta chapuza de moción está por aclararse. Alguien tendrá que explicar la extraña marcha de María Montero y la inexplicable abstención a la hora de posicionarse. El asunto podría ser bastante peor que la corrupción al uso.
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