A estas alturas de esta campaña electoral atípica sólo falta por ver si a partir del domingo el PP puede gobernar con cierta libertad o ... si lo tiene que hacer atado de pies y manos por Vox.
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El socialista Tudanca tiene poco que hacer según todos los sondeos de opinión, excepto el “tezanazos”, que le da la victoria al PSOE y alimenta las esperanzas de los pobres naranjas, dándole hasta tres escaños a los de Igea. Los lloros nunca sirvieron para mover a la gente y el exvicepresidente ha hecho una campaña personal, porque parecía la “llorona” abandonada por Mañueco. Esperemos que en el segundo debate de esta noche, a las 9 en la televisión de Castilla y León, deje las afrentas de su ya expareja política y se centre en convencer al elector de que es necesario un partido bisagra como el suyo. Yo creo que es difícil, porque a Igea le sobran todos los asesores.
Si obviamos a Tezanos y sus encuestas progubernamentales, no creo que haya muchas más sorpresas. El PP ganará, pero sin la mayoría suficiente para no tener que depender de nadie. Lo previsible es que llegue a un entendimiento con Vox, aunque Mañueco pondría una vela a María Auxiliadora si sumara más que toda la izquierda y los partidos localistas juntos y dependiera solo de la abstención de los de Abascal.
Los de Vox no están por la labor de entrar en el Gobierno de la Junta, porque eso supondría un desgaste que en estos momentos, alzando la voz y denunciando, no tienen.
Es difícil saber qué piensan los líderes del partido de Abascal porque no suelen conceder entrevistas, pero ayer escuché al candidato a la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, en amigable charla con Federico Jiménez Losantos y me dejó con las mismas dudas que tenía antes de escucharlo.
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El joven abogado burgalés Juan García-Gallardo confesó que el PP les había engañado cuando llegaron a acuerdos en Madrid y en Andalucía, pero no quiso comprometerse a dar el siguiente paso y asumir responsabilidades haciéndose cargo de alguna consejería. Los tertulianos insistían, pero García-Gallardo ha aprendido pronto la lección y no se sale del guion, ni aunque lo frían a preguntas y repreguntas: “No venimos a sacar a los del PP para meternos nosotros, sino a cambiar el rumbo de Castilla y León” o “en función del peso electoral obtenido, vamos a ver si podemos entrar a gobernar o no”.
El burgalés jugaba ayer en casa y confesó, sin ofenderse por preguntas personales indiscretas, que tiene novia y que espera formar pronto una familia propia.
Hay quien afirma desde dentro de esta organización, que es una de las más herméticas de cuantas se presentan a las elecciones, que Vox no negociará consejerías ni asumirá responsabilidades porque, quitando los rostros conocidos, no tiene a nadie de quien se pueda fiar para estar al frente de cualquier área de la Junta de Castilla y León. Vamos, que Vox tiene muchas estrellas para llenar los mítines, pero le falta banquillo para poder jugar la liga de primera sin que la organización se disuelva como un azucarillo en agua.
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Es lo que les ha ocurrido a los partidos de la nueva política: le pasó a Podemos y le está pasando a Ciudadanos. El partido naranja cobró protagonismo plantando cara sin complejos al nacionalismo catalán, pero cuando abandonaron su bandera y dieron el salto a Madrid fueron perdiendo fuelle. Cayeron en desgracia definitivamente cuando empezaron a tocar poder.
Vox enarbola la bandera desacomplejada y sin miedos de España y, sobre todo, apela a los sentimientos que a todos nos conmueven, pero una cosa es predicar en las plazas públicas y otra es dar trigo. Está por ver hasta dónde puede llegar Vox cuando empiece a ejercer la responsabilidad que le otorgan las urnas y tenga que cuadrar las promesas con el dinero que entra en las arcas públicas.
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