—Y aquí mi sobrino, que es sifilítico.
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—Filatélico, tío, filatélico (respondió aterrorizado el sobrino)
El autor de este desbarro, con el que titulo ... la columna de hoy, fue el político catalán Juan Pich y Pon (1878-1937). El tal Juan nació en la más profunda humildad, eufemismo de miseria. Su familia no disponía de medios para darle una educación pero como buen catalán –voy a tirar de estereotipos- supo agarrar molt be la peseta. El fulano, doblando el espinazo como lampista, y tocando algunas teclas en el Ayuntamiento, supo hacerse con un capitalillo. Al parecer era corto de entendederas, soez y bastante zote, pero avispado, cualidad esta que ni se compra ni se estudia; se tiene o no se tiene.
Por azares de la vida, prosperó en la política y llegó a ser senador, diputado, y alcalde de Barcelona en 1935 –parece que desde entonces le cogieron el gusto a eso de tener regidores con trastorno límite de la personalidad-. El caso es que el interfecto era un fiera soltando barrabasadas como la que rebuznó en aquella ocasión.
Hasta tal punto llegaron sus dislates que se acuñó un término para aludirlos; “piquiponadas”.
En lo que respecta a la política de nuestra patria ya estamos resignados a cargar con nuestro particular sambenito carnavalesco, pero esto ya se nos va de las manos. El lunes la comparsa del país imaginario de Cataluña desfilaba para recoger sus actas de diputados en el Reino de España, con diez picoletos por delante y otros diez por detrás; el martes El Bizcocho catalán dándole la mano al Viruelo para despedirse con un “tenemos que hablar” a lo que el segundo responde con un amoroso “no te preocupes”. Me dan pavor. Por otro lado, el “Puchimon” prófugo de la justicia y candidato a las elecciones europeas. Tiene bemoles la cosa.
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Me lo imagino dentro de unas semanas entrando de extranjis en España a recoger su acta con peluca y sombrero al más puro estilo Carrillesco. Para colmo Sortu, el partido de los etarras, los asesinos, los delincuentes, los raptores y los terroristas, pidiendo la libertad para su compañero de atentados, el miserable Josu Ternera.
Por lo visto, según ellos, todo ha sido una injusticia y un mal entendido; el Ternerito no es un sanguinario asesino, es un hombre de paz y amor. De remate, el príncipe de Galapagar reprendiéndole a Amancio Ortega que haga con su dinero –legalmente ganado- actos de caridad. Claro, mejor que te de el dinero a ti que seguro que lo administrarás mejor. Y como colofón un legitimado Falconetti mirando catálogos de aviones para cambiar el viejo aparato por otro más digno de su nuevo estatus.
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Con Pich y Pon la gente al menos se reía, pero lo de ahora no tiene ni pizca de gracia.
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