En la víspera del unamuniano 12 de octubre conocemos que los investigadores sitúan ahora los restos de Atilano Coco en el Cubo del Vino. ... Coco, amigo de don Miguel, desapareció en los primeros días del golpe del 18 de julio. Realmente fue “desaparecido”. Su esposa, Enriqueta Carbonell, intercedió ante Unamuno sospechando lo peor, así que el rector acudió a Franco y nada recibió salvo las gracietas de su señora, alias la “Collares”, de la que luego huirían anticuarios y joyeros como de la peste. Las notas de su alegato contra la barbarie en el Paraninfo, que ha pasado a la historia, se escribieron en el sobre que guardaba la carta de la ya viuda de Atilano Coco y se custodia como un tesoro, lo que es, en la Casa Museo de Unamuno, con menos turistas hoy que otros puentes del 12 de octubre, igual que su calle, Libreros, por la que apenas se escucha el castizo “egque”. Atilano, pastor protestante y masón, aparece en la película de Amenábar y su caso es clave para entender lo ocurrido aquel 12 de octubre, que hoy es fiesta nacional de España y entonces Día de la Raza. Resulta luminoso para el caso Coco leer “Los otros mártires”, de Marta Velasco. Para los salmantinos, el día 12 de octubre es nuestra fiesta colombina y unamuniana local, con sus mitos, lugares y hechos salmantinos, además de vísperas teresianas con Alba de Tormes dispuesta a sus fiestas no festivas (aunque sí culturales, menos mal, Concepción Miguélez) de Santa Teresa, que es una de las figuras de aquel Siglo de Oro que fascinó a Joseph Pérez, hispanista, que acaba de fallecer. Premio Nebrija de la Universidad de Salamanca, autor del estudio sobre Fray Luis de León, el Renacimiento y Salamanca, y buen conocedor del fenómeno comunero, al que seguimos sin tomar en serio. Siglo de Oro protagonista del “Carnaval Barroco”, que la Compañía La Bulé representa mañana en Salamanca. Y Siglo de Oro de hambrunas y pestes, como la que vivimos en estos días pandémicos en los que nada hay seguro.

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El rector Ricardo Rivero y la consejera Rocío Lucas han asegurado en un acto de este diario que las aulas son seguras. Y seguro que es así, pero no lo son las calles por donde campa a sus anchas esa gente moza, arrojada y diabólica, en palabras de Cervantes, que son sus estudiantes. Nada les detiene, ni las multas, expulsiones y hasta la misma cárcel del Estudio si se recuperara, así que caminamos con paso decidido hacia nuestro estado de alarma local, con sus controles policiales de quita y pon, sus perímetros, curvas que se disparan y aplanan, test, salvoconductos, y aforos y horarios restringidos. Por otro lado, los políticos protagonizan otro estado de alarma cuya curva no se aplana, sino que se dispara. Y en los peores momentos de la pandemia y con un plan de recuperación que esta semana aguó al presidente del Gobierno el juez del caso Dina. Así que no, no estamos bien y no estamos seguros. Nada hay seguro.

Intuimos que don Miguel, tan seguro de lo que decía en el Paraninfo, salió de él lleno de inseguridades. Su discurso fue más que un discurso como los libros que colecciona Luis Esquiró Bolaños son más que libros. Los veremos esta semana en la “Torrente Ballester”. La inseguridad marca estos tiempos pandémicos como determinó el tiempo que estudió Joseph Pérez, que tanto citó a Salamanca en sus libros llenos de erudición e historia.

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