Llegan las vacunas como anticipo del principio del final del año de la peste. Podríamos estar con el regalo de una de esas tres noches ... buenas a las que aludía el otro día en estas páginas Juan Francisco Blanco, uno de nuestros sabios, hablando de los regalos en la tradición. No ha sido esta la mejor Nochebuena y hay señales que lo certifican, como el número de memes y mensajes recibidos en el teléfono móvil, como si hubiese una desgana general. La propia Misa del Gallo, oficiada por Carlos López, obispo en tiempo de jubilación, tiró a triste como consecuencia de las circunstancias y eso que celebrábamos el nacimiento de Jesús. Y el paseo por Salamanca, entrada la madrugada, mostraba una soledad absoluta con muchos paisanos ya en la cama: sin luces en los edificios. Mis conocidos comieron con su “burbuja” y las burbujas del cava carecían de gracia. Recordé a la Celestina de Fernando de Rojas cuando en su elogio del vino, que aún no se ha escrito del vino nada mejor, aseguraba que sobrada de él “nunca temeré el mal año”, y lo decía quien lo sabía todo de pestes. Ay si la vacuna estuviese en el vino o el vino fuese la vacuna. Blanco recordaba que el vino de estreno se pregonaba citando a San Julián como garantía. Trece julianes tiene el santoral así que ya iba bendito y recomendado de sobra el vino de entonces, que supongo era brebaje si lo comparamos con el de ahora. Y ahora, que tanto se recuerda a Emilia Pardo Bazán, vino a decir esta que le hubiese gustado beber y correr las mil aventuras de los estudiantes salmantinos de nuestro Siglo de Oro, hechos al vino y a la picardía, como Lázaro de Tormes. Lo del vino se entiende bien porque el escritor Vicente Espinel, nacido hace 470 años (tal que mañana), enfermó a su criatura Marcos de Obregón por comer pan de Salamanca y beber agua de su río, el Tormes, fría no, lo siguiente. Quedaba claro que entonces la salud pasaba más por el vino que por el agua, a pesar de las virtudes que cantase de ella el doctor Laguna.

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Decía antes, que esta Nochebuena ha sido como un “quejío” del cantaor Israel Fernández. Por las ausencias, algunas irrecuperables. Pero ya está aquí el remedio para evitar otra Nochebuena igual: la vacuna. Los primeros inyectables comienzan a dispensarse hoy y quien más y quien menos echa cuentas de cuándo le tocará. Paciencia. Y precaución, que el bicho sigue ahí, mutado y transmutado como universitario en noche de jueves, para fastidiar más, si cabe. La vacuna abre un tiempo nuevo -sobre esto, creo que se está exagerando mucho- y ahí tenemos a nuestro Ángel Rufino de Haro, “Mariquelo”, felicitando las Pascuas con un disco recopilatorio que comienza en 1975 y termina en este año de desgracia al que le quedan unos pocos días.

Como si este 2020 cerrase un ciclo nuestro Ángel. Cita el folclorista a Pilar Magadán, Juan Cruz Sagredo, al “Guinda”, “Titón”... y ahí están en el disco “Zapatones”, Benjamín López Hernández, y hasta su “santa”, María Boufalaka, cuya cocina hubiese deslumbrado a los del “Máster Chef” placero del otro día. Estuvo bien el programa y España se enteró de nuestra chanfaina -tan admirada por Vicente del Bosque- y del farinato -nadie lo ha elogiado tanto como otro folclorista, José Ramón Cid Cebrián- entre otras exquisiteces locales, además de alucinar por el encanto de esta ciudad, que es un milagro que exista. Se da por bien empleada la ocupación de la Plaza Mayor, donde las ilustrísimas de los medallones se relamían, se les hacía la boca agua. Y no es para menos. Que sea un vaso de “bon vino” el regalo a quienes desde la ciencia y la asistencia cuidan de nosotros.

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