Una de las pocas certezas que nos ha proporcionado la pandemia es que los gobiernos encabezados por mujeres supieron gestionar la crisis vírica con mucho ... mayor éxito que el resto de los gobiernos dirigidos por varones. Los medios de comunicación informaron en su momento –sin excesivo énfasis, todo hay que decirlo— de que algunos países habían sobrellevado las calamidades derivadas del Covid-19 con notable éxito, tanto en el número de personas contagiadas como en el de fallecidas. Y, por supuesto, la vertiente económica también se había administrado con mucho mayor rigor y cautela. Curiosamente, o no tanto, esas naciones modélicas estaban gobernados por modélicas mujeres.

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Si solamente hubiera sido un caso, podría decirse que se trataba de pura casualidad. Pero no es casualidad que en Alemania Angela Merkel haya disparado su grado de aceptación por parte de los ciudadanos debido a las estrategias utilizadas para frenar el impacto del coronavirus en la sanidad y, en la medida de lo posible, en la economía del “motor de Europa”. A Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, el mundo le ha reconocido el mérito de llevar al país de las antípodas por el mejor camino; y, además, en un gesto inusitado, se rebajó el sueldo propio y el de sus ministros, menos uno, al que despidió por insolidario.

De similares grados de reconocimiento a la buena labor desempeñada han gozado otras mandatarias, como la de Taiwan, cuya visión del problema fue casi premonitoria, la primera ministra de Finlandia, la de Islandia, la de Noruega y la de Dinamarca. Podría decirse que constituyen el grupo de las siete magníficas. Ellas sí que han conseguido materializar la tan manida “nueva normalidad”, solo que, en su caso, cabría prescindir de todo componente novedoso: normalidad a secas. A los resultados podemos remitirnos. Estas mujeres han aplicado la máxima de Montaigne: una victoria no es definitiva hasta que el enemigo se declara vencido. Todo lo demás son melindres.

Entre tanto varón inútil como asienta sus posaderas en los consejos de ministros, ministrillos, parlamentos y parlamentillos (tan superfluos como inútiles) creo que el papel de las mujeres en la política debería revisarse. Y no con las tonterías esas del manido “empoderamiento”, que sirve de cobertura a tanta dama boba como ha desfilado por esos foros, sino con el aval del sentido común, la profesionalidad y la empatía. Algo falla en las cabezas de dirigentes masculinos, neutros, epicenos, ambiguos, con o sin coleta. Hay en la alta política demasiado pisaverde, demasiado petimetre boquirrubio, como decía Larra en uno de sus artículos acerca de la España que le tocó vivir. Aún estamos a tiempo de remediarlo con más mujeres encabezando gobiernos. Por ahora -y por desgracia- es más deseable que esperable.

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