Llama a mi marido por favor, tengo una niña de 6 años!”. A la médico internista Amparo López Bernús no se le ha olvidado la ... historia de María. El miedo que irradiaba su mirada al conocer que iba a ser ingresada en la UCI del Hospital de Salamanca le ha dejado huella. Así lo contó la pasada semana en LA GACETA en un desgarrador artículo. María, con solo 43 años, ingresó con una neumonía bilateral que se fue complicando. ¡Tan solo 43 años! Ni 80, ni 90. La COVID no solo mata cuando la vida se marchita, sino también cuando está florida. Que no se nos olvide.

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“Entras en el Hospital y lo ves catastrófico. Ves a gente muy joven muriéndose. Ves que no es lo que nos contaron al principio, ni lo que la gente piensa”. María de la Puente es una joven enfermera del área de críticos del Complejo Asistencial salmantino. Una de esas heroínas de la pandemia que, por si alguien no lo recuerda, aplaudíamos cada día a las ocho de la tarde hace menos de un año. “Nosotros lo estamos dejando todo aquí, pero la gente sigue con sus conciertos, el teatro Barceló, las comidas. Es como si vivieran otra realidad”, afirma el doctor Juan Carlos Ballesteros, profesional de ese infierno llamado UCI COVID. Sus testimonios fueron recogidos el pasado jueves por mi compañero Javier Hernández en un reportaje totalmente necesario. Pedagogía pura. Esa que tanto ha faltado y falta. Muchos de los sanitarios que cada día se dejan la piel en esas salas desearían que cada ciudadano se pasara un solo día por allí como simple espectador. Porque lo que allí sucede no es un mundo paralelo ni algo extraño que solo afecta a “viejos con achaques”. Es la realidad de un virus que, sea o no por causa de las nuevas cepas, se ha vuelto más contagioso y, sobre todo, más letal, como por fin ha reconocido el Ministerio de Sanidad.

Al mismo tiempo tenemos las consecuencias bilaterales de todo esto. La historia de Elena Vaquero, una salmantina que fue intervenida con un mes de retraso de un tumor en el riñón. “Pensé que me iba a morir”, asegura. Los datos son demoledores: los nuevos diagnósticos de cáncer en Salamanca cayeron un 17 por ciento el pasado año. La pandemia ha sido un misil en la línea de flotación del diagnóstico precoz y eso dejará un reguero de más muerte y sufrimiento.

Como por desgracia presagié antes de Navidad, las cenas y comidas con cuarenta y la abuela se transformaron en funerales después de Reyes. Y no solo de la abuela, sino también de algún que otro padre. Haber renunciado por completo a esas absurdas fiestas, no solo hubiera salvado vidas, sino también a la hostelería, que hoy seguiría abierta. El aluvión de contagios de enero no vino por acudir al bar a tomar un pincho de jeta y una caña. Vino por unas reuniones familiares que también son las causantes de la dramática situación de nuestros hermanos portugueses. Allí lo reconocen abiertamente. Pero aquí todavía hay una especie de miedo a decirle claramente a la gente que no se puede reunir en casa con no convivientes. Así de claro y de tajante. Ese es el sacrificio que debemos hacer para parar esta espiral de muerte y de desastre económico. Esa es la renuncia que los profesionales de la UCI nos piden que hagamos porque ya no aguantan más. Sus fuerzas flaquean y ningún sanitario está preparado para ver morir a cinco, seis u once personas cada día. Personas que no son las cifras frías y distantes de los partes que cada día nos ofrecen las diferentes comunidades autónomas. Personas con nombres y apellidos.

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Si la campaña de vacunación empieza a coger de una puñetera vez velocidad de crucero, esos esfuerzos no habrá que hacerlos sine díe como hasta ahora. Al fin hay una meta. Cada vez habrá más personas inmunizadas y, de aquí a verano, puede que llegue la ansiada prueba que cada uno tengamos en nuestra casa para que nos diga en dos minutos si estamos contagiados o no. Con esas herramientas podemos soñar con un verano con una cierta normalidad. Pero mientras, pensemos en la historia de María y su miedo. En que la COVID es muerte que no entiende de edades ni de clases sociales. Muerte sin más que a cualquiera nos puede estar esperando a la vuelta de la esquina

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