No sé si ustedes creen en las casualidades. Pero están ahí, a cada paso... Como hay veces, demasiadas, que los planetas chocan, chocan sobre nosotros, ... y el peligro se hace sólido. Vean... De repente cae en mis manos ‘Cómo mueren las democracias’, libro de los profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Y de repente, el mismo día, se renueva la cúpula de la Unión Europea para seguir desgastando nuestra más valiosa conquista: la unión, el consenso y la democracia mismas. Se renueva la cúpula con auténticos dinosaurios, perros de presa del sillón, como Lagarde, como Von der Leyen, y sobre todo como Borrell... Y de repente, Joan Baez me llama desde la portada de ‘El País’: “En EE.UU. ya no vivimos en una democracia. Todo se desmorona”. Tengo la horrible sensación de que la democracia ya no importa, que es sólo una palabra hueca. Incluso a las nuevas generaciones, a las más formadas, parecen no importarles los gobiernos de dinosaurios, como si no quisieran adquirir los compromisos y las responsabilidades que les corresponden. Sólo los jóvenes sin oficio acceden a la política, su único establo...

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La democracia no está amenazada por militares, está amenazada por el poder civil. Lo describen muy bien Levitsky y Ziblatt: “Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos (...) que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”. Y es, muy resumido, lo que está ocurriendo a todos los niveles, de Estados Unidos a España, pasando por Reino Unido. Y de gobiernos principales a pequeños caudillos, que son muchos de nuestros presidentes autonómicos (Revilla en Cantabria es un buen ejemplo de charlotada democrática) y muchos de nuestros alcaldes, y aquí baste citar un nombre: Ada Colau... ¿En manos de quién estamos, de la democracia? No, de la idiocia y su brazo armado: el populismo.

Realmente en nuestros días nada se cuestiona. Son millones de opiniones destartaladas metidas en la batidora de las redes sociales, pero el mundo general ha perdido su intelecto, ha perdido líderes intelectuales, ha perdido calidad intelectual, que es lo que nos condujo hasta aquí, hasta el maldito 11 de septiembre, día de 2001 en el que empezó la cuesta abajo de nuestra civilización.

Si observamos nuestro pequeño hábitat salmantino, vemos cómo apenas nadie en nuestra Universidad opina; si exceptuamos la exposición pública (personal e intelectual) de Araceli Mangas, vermeos que gran parte de la comunidad universitaria vive recluida en sus cubículos de confort. Que nadie se entere que existimos. Objetivo: una digna jubilación. Y aquí está el problema, la gran tara de la democracia: la escasa creencia en la comunidad. Somos solo parte de nosotros mismos y de nuestros minúsculos egos.

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