Ignoro si es por adoctrinamiento -como algunos dicen- o simplemente porque el mundo ha decidido ponerse del revés por su cuenta, sin consultar a los ... que lo habitamos si nos parecen bien o mal todas estas mudas a la brava de principios, valores y modelos de familia y convivencia. Sea por lo que sea, el caso es que los procesos de transformación social han llegado a velocidad supersónica y, a cierta edad, cuesta mirar alrededor sin sorprenderse o preguntarse si todo esto a lo que estamos asistiendo, con una resignación y una docilidad admirables, no es un tanto surrealista.

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La realidad me dice que vivimos a partes iguales entre el asombro y la indiferencia, y en ese punto nos hemos ido acomodando como buenamente podemos. No tenemos grandes expectativas al respecto, pero nada como aceptar lo que sucede sin dramatismos, aunque sea lo más esperpéntico. Siempre se ha dicho que para sobrevivir al caos hay que coger distancia o irse de parranda o carnaval. Y la hermosa Ciudad Rodrigo se ha quedado pequeña ante tantos miles de personas con ganas de divertirse, que es mejor que pensar en la que está cayendo. Por acá y allá todo son pleitos y refriegas, y me da que van a ir in crescendo a medida que avancemos en este 2023 de citas electorales. Así que nada como buscar alternativas para que no se nos arrugue el ceño y nos vengamos abajo por tanta pesadilla.

Yo, por dar una pista, he decidido hacerlo leyendo: “Los años extraordinarios” del tan admirado y nuestro Rodrigo Cortés. Se lo pedí a mi librera. Tener una librera en un pueblo es algo impagable y en el mío, La Fuente de San Esteban, está Chelo. Hay que pregonar los nombres de los que nos hacen la vida fácil, ya sea vendiendo libros o escribiéndolos. Y en este último caso está Rodrigo Cortés, quien, además, ha puesto a Salamanca en el mapa de su novela, y eso es un plus. Una historia absolutamente surrealista y divertidísima que nos obliga a mirar lo absurdo y lo irracional con naturalidad y sin miedo a los fantasmas. Así lo hace su protagonista, un tal Jaime Fanjul que nace en la Salamanca de 1902, cuyos políticos no tardan en pedir la llegada del mar a la ciudad. Y hasta que el mar llegó, la gente comenzó a pasearse por la calle en bañador y a comentar el gran acontecimiento en los bares. Una historia de ironía y ficción que podría tener ciertos paralelismos con esa Salamanca que vinieron a proponernos los jeques. Dice Cortés, el autor, que los lectores han conectado muy bien con Fanjul porque con él se han visto en todos sus sueños y defectos. Está claro. La literatura humaniza y la vida real engendra cafres.

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