Sueño que no está llegando el crudo invierno y que Salamanca se destempla. Se destempla aún más si cabe y sus chupiteles son ahora de ... tristeza y luz cansada. Sueño que estoy tomando unos tragos en la Licorería Limantour, en la Roma. Estoy en la barra abierta que mira al tráfico de Álvaro Obregón y a mi Casa Lamm, mi refugio casi cosmológico de ese planeta llamado Ciudad de México, la ciudad que hicimos. Como tantas cosas sepultadas por los crímenes del tiempo, ya no existe la Librería Pegaso, otra víctima de esta acelerada cultura relámpago que nos ha fundido las neuronas y la sensibilidad. Al menos puedo imaginar aquella librería que me recuerda al caballo de Zeus y de Wifredo Ricart. Larga vida a los mitos.

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Me fascina saber que todo en mi funciona, incluida la capacidad de teletransportarme a un taburete en Limantour y yodar mis heridas en compañía de José Cuervo y del resto de mis amigos, haciéndole el mariachi a Marco Antonio Solís: Se veía venir. Podrían estar también en el encuadre sor Juana Inés de la Cruz, Malcolm Lowry, Jack Kerouac, Carlos Monsivais, Silvia Pinal, Ana Torroja u Octavio Paz, este recién salido de dar una conferencia en Casa Lamm.

Imagino brillos y lluvia al atardecer, imagino avenidas y mi codo apoyado en una barra, entre conversaciones, risas y música, lo que antes se conocía como la vida efervescente; imagino a Octavio Paz cruzando Álvaro Obregón hacia nosotros mientras alguien, a mi lado, le grita: ¡¡Octavio, amar es morir y revivir y remorir!! Y todos brindamos por ello mientras en el ambiente se cuelan The Three Degrees: “Cuándo te veré de nuevo”. Oh, Dios mío, ¿quién componía esos puros sentimientos atómicos?, ¿qué tenían en el corazón y en el piano...? Y qué nos ha pasado. Dímelo tú, Burt Bacharach. Dímelo tú, Manuel Alejandro.

Describo otro mundo, otro mundo posible, y reivindico la sensibilidad, desde aquí, al otro lado de Limantour, en una Europa arrasada por los burócratas y la vulgaridad; reivindico la sensibilidad que hemos perdido, que hemos olvidado a golpe de pandemias asesinas y tecnologías alienantes.

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La sensibilidad, sí, en ella estaría la clave de la existencia que ya no tenemos en esta antesala del Metaverso, donde las relaciones son frías y frágiles y las personas seres solitarios extraviados en el barullo de los grupos de WhatsApp. Entre suspiro y suspiro: la vida ya no es la obra de arte que siempre fue, es reguetón de extrarradio y aburrimiento. Y por eso tengo una cita en Limantour con José Cuervo y el resto de mis amigos. Para leer a gritos a Octavio Paz y reivindicar la sensibilidad.

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