Acaba de publicar Marcos Ordóñez, una especie de dietario titulado “Una cierta edad”, en el que cuenta una curiosa anécdota sobre un mendigo que habitualmente ... se instala en la calle madrileña de Fuencarral. Al tipo no se le ha ocurrido otra cosa que rodearse de carteles en los que en vez de escribir la típica biografía del desventurado padre de familia numerosa que recaló en el paro, especifica sobre cada uno de los recipientes instalados: “Para vino”, “Para porros” y “Para resaca”. “Al menos soy sincero”, resume en otro cartel bien visible. El caso es que ese mendigo, según nos cuenta Ordóñez, es con diferencia el que más limosnas recibe de los contornos.
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La moraleja que podríamos extraer del caso, además de que el elemento está desaprovechado en la calle disponiendo del suficiente talento como para presidir cualquier agencia de publicidad, es que la sinceridad, por más que no sea lo que mejor define esta sociedad actual en la que vivimos, sí que es un auténtico valor en alza por encima de cualquier otro vicio y virtud y desde luego, un lujo carísimo que percibe y premia como tal, el mosqueado ciudadano que pisa las aceras. Es por eso, que lo mismo sería conveniente que ahora que nuestros políticos inician campaña mendigando nuestros votos, ahora que nos calan los huesos con la pertinente lluvia de mentiras y promesas que todos, incluso ellos mismos, sabemos falsas, que alguien se desmarque y nos suelte alguna verdad.
Por ejemplo, cuánto es exactamente el costo que nos harán pagar durante la próxima legislatura, por sus habituales y parece que inevitables corruptelas. O, por ejemplo, cuántos de los másteres o títulos académicos se los regalaron en una tómbola. O cuánto nos van a costar a todos sus inevitables pactos con ciertas comunidades siempre privilegiadas con respecto a las demás, simplemente por disponer de esos votos que pueden decidir qué partido ejercerá el poder. O, desde luego, cuánto tiempo tardarán en negociar tras las elecciones con aquellos partidos que propongan asuntos como la abolición de ciertos derechos conseguidos con sangre sudor y lágrimas por ciertos colectivos desamparados legislativamente. O cuánto tardarán en formalizar su interesada amistad con aquellas otras formaciones independentistas que consideran legítimo saltarse a la torera todo el ordenamiento jurídico.
Nuestro voto para el más sincero.
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