Veintisiete rosas rojas por los veintisiete años de ausencia. El 14 de febrero, para la familia Tomás y Valiente no hay San Valentín, es el ... aniversario del asesinato del jurista y profesor por la banda terrorista ETA. Un chaval, de 25 años, entró en la Universidad Autónoma de Madrid, accedió hasta el despacho del profesor Francisco Tomás y Valiente como si fuera un alumno más y le dio tres tiros a bocajarro. El etarra salió corriendo del edificio y se escapó en un coche que le esperaba en la puerta. Fue asesinado en la universidad, la que le sirvió siempre para promulgar los valores constitucionales. Durante dieciséis años lo hizo como catedrático en la Universidad de Salamanca.
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Tomás y Valiente ha vuelto a ser recordado para que su labor y su figura no se olviden. “Una persona entrañable, movida por un intenso espíritu de trabajo, especialmente tolerante, poseída por un carácter humanista y guiada con firmeza por unos ideales que siguen siendo los nuestros...”, apuntó el presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido en un acto de homenaje, en el que se depositó sobre el monolito con su nombre un gran ramo de rosas, veintisiete rosas rojas.
Y por ahí va la esencia de esta columna con la que me estreno hoy. Un honor, por cierto. Los periodistas tenemos una responsabilidad enorme ante el olvido. No olvidar. En una sociedad que vuela, con una sobreinformación diaria -y mucha desinformación-, tenemos la obligación de no permitirlo. No olvidarnos, por ejemplo, de las injusticias sociales, de lo que nos dicen nuestros políticos, de lo que nos prometen y tal vez no cumplen, no olvidarnos de los que sufren ni de los que necesitan nuestra ayuda.
“Reparar todo esto va a llevar muchísimo tiempo, muchos años”, me contó la teniente médico de la UME, Patricia Lara, desde el otro lado del teléfono, en Turquía. Habrá que mantener la memoria activa, el recuerdo a quienes lo perdieron todo, menos la vida. Colaborar con las autoridades turcas y seguir fomentando la ayuda a quienes tienen que volver a ese domingo previo a los catastróficos movimientos de tierra. 7,8 en la escala Richter. Que no se olvide rápido ese sentimiento que nos producían las imágenes, repetidas, de niños saliendo con vida de unos agujeros imposibles, debajo de kilos de escombros, gracias a las manos de sus rescatadores.
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Me preocupa porque en la pasada gala de los Goya, un evento con discursos siempre reivindicativos, ninguno de los premiados se acordó de Turquía, de las niñas turcas que se han quedado sin casa. Tampoco recordaron la guerra de Ucrania, a punto de cumplirse el primer año de conflicto. En esta ocasión, muy lejos de aquella edición con Irak como protagonista, en la ‘fiesta del cine español’ nadie se acordó ya de Ucrania, ni de los ucranianos, ni tampoco de las ucranianas. Que un año no es nada... Me sorprendió también que nadie, ni una sola palabra, reivindicara los derechos de las agredidas sexuales que ven reducir las penas de sus agresores. Algunas, incluso, tienen que ver, con tremendo miedo e inseguridad, cómo salen a la calle antes de tiempo. ¿Puede ser que nadie se acordara de ellas tras más de una treintena de discursos? Además contaban con la presencia en el patio de butacas de la ministra de Igualdad... ¡No sé qué pudo pasar para que nadie se acordara de denunciar esto!
Y tirando para casa, para Salamanca. Unas palabras que sirvan también para recordar que hay que recuperar las frecuencias de los trenes que perdimos con la pandemia. No se pueden olvidar de esta necesidad básica, para los que viven en una localidad que queda desconectada de Madrid. Hay que ampliar cuanto antes todo lo que al menos teníamos antes. Que mis padres puedan viajar con la frecuencia que lo hacían antes. Es un servicio básico.
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Sin mayores pretensiones llego a estas páginas del diario que ha formado parte de mi niñez y mi juventud. En casa nunca faltaba el ejemplar diario de La Gaceta poniendo en valor el periodismo de proximidad, de las cosas que nos preocupan, de los problemas que cada día afectan al ciudadano. Y en nuestra mano está que no caigan en el olvido. Memoria periodística, o democrática, al fin y al cabo.
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