Pirarse está de moda. Que se lo pregunten a la procuradora mirobrigense María Montero, quien a mediados de marzo emprendió su particular viaje a ninguna parte abandonando el Grupo Ciudadanos en víspera de la fallida moción de censura tudancanesca. Eso sí, consiguió ponérselos de corbata ... a la mitad de la Cámara regional. Ahora, suplica a las Cortes un despachito porque -llora- le han asignado una “mesita de biblio”. Igual no merece más.
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El del moño rojo, quiero decir Pablo Iglesias, también se ha convertido en un especialista del abandono. Dejó la vicepresidencia del Gobierno, reclamando su indemnización de más de 5.000 lereles mensuales durante quince meses. La hipoteca del chalecito es lo que tiene. Y ahora hace mutis por el foro en debates radiofónicos para arañar un puñado de votos enfrentándose a la ultramontana Monasterio en un bochornoso montaje sin otro objetivo que acaparar la atención que dominaba el tándem Sánchez-Ayuso hasta hace un cuarto de hora. Lo peor es que nos tragamos que se ponga propio el tipo que ha blanqueado sin pudor a los correligionarios del partido euskaldún que amenazaban y... ejecutaban. Las tumbas de una treintena de salmantinos dan prueba de ello. Su espantada convirtió el estudio de la SER en una corrala, donde los que aspiran a dirigir la comunidad madrileña (no todos) quedaron retratados. Ese es el nivel.
Pero no quería referirme en estas líneas a esas tocatas y fugas a las que nos tienen acostumbrados, cada vez más, nuestros próceres. Hay viajes mucho más serios. Me refiero al que emprenden cada año cientos de salmantinos hacia la capital de España y otros puntos de la geografía patria para buscarse la vida. Algunos de los más jóvenes seguro que tienen ganas de abandonar el nido. A mí me ocurrió al terminar la carrera de Periodismo. Vivía cómodamente en Pamplona, pero ni me preocupé por buscar trabajo en Navarra. Quería volar. Y ya ven dónde aterricé hace ya media vida. No me arrepiento.
Pero la mayoría lo hace simplemente porque aquí, en esta tierra del lejano Oeste español, resulta casi imposible buscarse las habichuelas. Cómo será la cosa que el pasado 23 de abril, Día de la Comunidad de Castilla y León, dos centenares de jóvenes de la región se manifestaron en la madrileña plaza de Callao para denunciar esta lamentable situación. Uno de ellos, salmantino licenciado en Física y con un máster bajo el brazo para más señas, relataba en el periódico que tanto él como todo su grupo de amigos se habían trasladado al foro. Toda una sangría de talento.
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Y al Gobierno se le llenará la boca con la invención de un vacío ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Y la Junta de Castilla y León organizará ruedas de prensa para dar a conocer su futura Ley de Dinamización Demográfica. Y escucharemos que se van a emplear millones de euros en el diseño y desarrollo de todas las políticas públicas que contribuyan a fijar, integrar, incrementar y atraer población, garantizando la igualdad de acuerdo con la ordenación territorial. Esta última frase, como habrán podido apreciar, no es mía. He hecho un copia y pega de una preciosa nota de prensa, de esas que llegan a la Redacción plagada de buenas intenciones y sonoras palabras. Y, mientras tanto, el goteo es incesante. Ni la pandemia lo para. En apenas tres años, casi cien mil jóvenes han abandonado Castilla y León porque aquí no encuentran futuro.
Y así, los desvelos de muchos padres por dar la mejor formación a sus hijos, gastando si hiciera falta hasta el último de sus ahorros, obtienen como recompensa su partida hacia otros lugares de los que no saben si alguna vez regresarán.
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Cuento los días para que mi hija mayor también me diga: “Me piro”.
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