En recuerdo de Elia Rodríguez. Periodista.

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S IEMPRE me ha gustado septiembre, con pé, es una palabra bonita, musical, elegante; septiembre es un mes de ... transición entre el hedonismo del verano y la ilusión ante el nuevo curso, ya inminente; es también una preciosa canción de Neil Diamond, “September Morn”, y es el mes en el que nací, tal que ayer, aunque yo soy más de la elección que plantea “Contigo Aprendí”, el tema universal de Armando Manzanero: “Aprendí / Que puedo irme mañana de este mundo / las cosas buenas, ya contigo las viví / Y contigo aprendí / que yo nací el día en que te conocí”.

Pero septiembre sobre todo, más allá de celebrar mi triunfal llegada a este mundo a bordo de un “Jaguar E-Type” de color British Racing Green, me transmite esperanza ante un nuevo curso político (aún creo en la política, ya ven) y la última recta para ganar la carrera de los problemas del año. Septiembre es un cóctel de adrenalina salvaje y neuronas reflexivas, rompeolas entre los recuerdos del Atlántico y la realidad de hoy, con el despertador programado de nuevo a las 5:40 de lunes a viernes, cuando ni siquiera Jiménez Losantos ha empezado a trabajar.

Septiembre es un mes acogedor y bronceado aún. Huele a humo de leña sin que el fuego se haya encendido, y los colores del otoño se dibujan en nuestra imaginación; nos cansamos de todo y estamos ansiosos por sacar la ropa de invierno: atrás habrán quedado los polos de colores, los pantalones blancos, y la sensualidad de unos bonitos pies de mujer enjoyados con unas sandalias brillantes. Decía que es este un mes de esperanza, pues la gente disfruta de la calle y la actividad no es nada trepidante, como si nada nos preocupase, ya habrá tiempo: una especie de ensayo de la vida como debería ser, sin sobresaltos. Y es que realmente creo que necesitamos un concentrado de esperanza de septiembre para afrontar esta época volcánica que tanto nos perturba y que nos han llevado a ser actores de un teatro del absurdo en el que el tiempo, definido como calma, ha perdido su esencia, su valor. De ahí que un mes como septiembre sepa a tiempo de esperanza. Me late. Un año más.

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