Sacarse de la manga nuevos impuestos y tasas es la forma menos imaginativa que tienen las administraciones para engordar sus arcas. Un atajo facilón que ... les ahorra tener que pararse a pensar en alternativas más respetuosas con el sufrido ciudadano. Un ejemplo palmario fue el impuesto de plusvalía municipal declarado ilegal el pasado año por el Tribunal Constitucional. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que tener que pagar este tributo aunque no obtuvieras beneficio con la venta a la vivienda era un atraco a mano armada. Sin embargo, se trataba una fórmula confortable y, sobre todo, muy rentable para que los ayuntamientos sumaran una buena cantidad de dinero. En lugar de que el Gobierno central articulase formas de financiación más sensatas para que las administraciones locales pudieran prestar sus imprescindibles servicios, se optó por mantener desde 2004 un gravamen absolutamente injusto.

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Es cierto que los ayuntamientos son los entes que más habría que cuidar puesto que son los que más se desviven por sus vecinos. Normalmente suelen llegar donde no lo hace ni el Gobierno central ni el autonómico y tratan de no dejar a nadie en la estacada. Se estrujan la cabeza para que las cuentas salgan y al mismo tiempo se mantengan ayudas a la natalidad, a emprendedores o a jóvenes y al mismo tiempo programan un sinfín de actividades para mayores. Y eso sin descuidar servicios como el autobús urbano, la recogida de residuos o el mantenimiento de parques y jardines. Además, somos exigentes con nuestros consistorios y pedimos que cada calle esté en perfecto estado de revista. Es lógico que haya que intentar rastrear nuevas fórmulas de recaudación, pero, una vez más, sin ‘trampas’.

La tasa turística que han planteado aplicar ayuntamientos como los de Cádiz, Sevilla y Valencia y que afortunadamente ha descartado el de Salamanca, es otro ejemplo de desesperación tributaria. Después de dos años de pandemia donde nos hemos dado cuenta de la importancia que tiene el turismo para la economía de numerosos municipios, no podemos venir ahora a intentar exprimir la gallina de los huevos de oro hasta dejarla tísica. A las personas que se toman la molestia de desplazarse hasta una ciudad y gastarse las perras hay que mimarlas y cuidarlas, no ponerles palos en las ruedas. Hemos tenido la inmensa fortuna de vivir un verano excelente en el sector turístico. Y eso a pesar de la que se avecina a partir de septiembre. En otoño vamos a ver que el número de visitantes no va a ser tan bueno como en 2019 porque muchas familias van a tener que apretarse el cinturón. Si además les decimos que para pasar un fin de semana en Salamanca tienen que pagar uno o dos euros extra por persona, entonces dirán que si nos estamos riendo de ellos. Es cierto que la cantidad es pequeña y que hay grandes ciudades en el mundo como Roma que aplican esta tasa desde hace años. Pero eso no quiere decir que se trate de una medida pertinente en estos momentos. Más que por el importe del canon, lo peligroso es el efecto negativo que la noticia generaría. Muchos potenciales visitantes dirán, “si me cobran, me voy a otro lado”. Un efecto castigo con efectos indescifrables que nos podemos ahorrar perfectamente.

En épocas de vacas flacas hay que recurrir a la imaginación y, sobre todo, ponérselo fácil a los que sustentan la economía. El pionero 2x1 que se puso en marcha la Concejalía de Turismo en Salamanca fue un buen ejemplo, pero hay más fórmulas para halagar el turista y no penalizarlo. La competencia cada vez es mayor y no hay nada peor que un visitante tenga la sensación de haber sido engañado. De verse como un billete andante como ocurre en algunos países de otras latitudes. Si no tenemos muy claro eso, no habremos aprendido absolutamente nada de todo lo que hemos vivido.

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