La vuelta a España de Anna Gabriel el miércoles pasado tiene todo el sentido, porque en 2018 se exponía a una pena de hasta 30 ... años de prisión al ser investigada por rebelión, sedición o malversación de fondos y ahora únicamente puede enfrentarse a una multa y a la inhabilitación para ocupar cargo público.

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En 2016 Gabriel jugó un papel relevante en el proceso independentista, cuando, como diputada de la CUP, empujó a Puigdemont a prometer la celebración del 1-O y Puigdemont, para no sucumbir en aquella cuestión de confianza, proclamó su voluntad de convocar aquel referéndum y consecuencia de ello fue su huida precipitada hacia Bélgica.

Esta actual rendición de Gabriel, y otras que probablemente ocurrirán antes de las elecciones generales, tiene y tendrá mucho que ver con lo ocurrido en el Tribunal de Justicia de la UE, y más concretamente con las conclusiones del Abogado General de dicho Tribunal. La Justicia belga no sólo está a las puertas de perder los casos catalanes, también puede perder toda su credibilidad. Así lo ha escrito Araceli Mangas:

“Entre las principales extralimitaciones del tribunal de apelaciones belga destaca la de arrogarse la competencia para declarar: a) que el magistrado Llarena no era autoridad judicial competente para emitir una euroorden; b) que el Tribunal Supremo español no era competente para juzgar a los procesados y c) que en España no se respetan la presunción de inocencia ni los derechos fundamentales”.

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El despropósito de la Justicia belga de autodotarse de competencia para negarle a nuestro Tribunal Supremo el derecho a juzgar esos hechos es hoy denegada por el Abogado General del Tribunal de Justicia de la UE. Aquella posición que hoy se rechaza era una muestra –una más- de la mentalidad supremacista belga, que se cree con derecho a establecer y enmendar el Derecho procesal español.

El Abogado General también ha rechazado que tribunal belga se escudase en su Derecho nacional. ¿Y quién está detrás de estas locuras judiciales belgas contra España? Sin duda, los separatistas flamencos, que en palabras de la citada Araceli Mangas, “son el fruto de la alianza entre la cleptocracia y la xenofobia y su memoria de colaboracionistas con los nazis durante la invasión alemana”.

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Pero, a mi juicio, el odio del nacionalismo flamenco contra España tiene raíces más viejas y proviene de las derrotas que el Duque de Alba y sus tercios infligieron a Orange y sus huestes. Pero nosotros, los demócratas españoles, no descendemos ideológicamente de Alba sino de Voltaire, y también nos sentimos deudores de la Escuela de Salamanca (siglo XVI).

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